 | jueves, 15 de abril de 2004 | Charlas en el Cafe del Bajo -El pasillo, era largo, tan largo y tan pobre como los sueños y esperanzas de aquel chico de nueve años y como los sueños de todos los que habitaban la ristra de viejos departamentos que conformaban aquella vecindad de la calle Primero de Mayo 870. Claro, esos sueños tenían suficientes razones para crecer porque en aquel 1960 un nuevo mundo, casi mágico, pero maravilloso, se presentaba ante los ojos de aquella gente que, entre libros y asombros, aguardaba el advenimiento de un nuevo orden.
-¿De qué cosas se habla, Candi?
-Hacía mucho tiempo que sobrevolaba en mi mente la imagen de ese niño, de aquella enfermera, de aquel patio debajo de la parra y de aquellos tazones de arroz con leche o mazamorra que fueron emblemas de una época pobre en ciertos aspectos, pero tan rica en otros. El viejo Billiken mostraba como sería el mundo del 2000 y los ojos desorbitados, maravillados, de aquel chico no podían creer lo que veía: trenes balas, automóviles de colores y líneas aerodinámicas, casas majestuosas y una ciencia divinizada que lo podía casi todo ¿Podría aquello ser cierto? ¡¿Y por qué no?! si al fin y al cabo la vieja radio de lámparas o válvulas andaba diciendo que a las 10 de la noche se vería cruzar por el cielo del conventillo el satélite Sputnik y que a las 6 de la tarde del otro día quienes levantaran las miradas verían atravesar el primer avión comercial a chorro que tenía Aerolíneas Argentinas: el Comet IV ¡Y fue verdad! Al fin después de unos diez minutos de ojos al cielo, de nuca bólidamente estática y torcida, después de ver pasar no más que gorriones que salían como cohetes de la vieja palmera, allá en lo alto, un ave de acero dejó tras de sí una estela blanca, una huella del futuro ¡Qué mundo se venía!
-Lo sigo escuchando, mientras me envuelve y transporta su nostalgia.
-¡Y qué gente en aquella vecindad! Gente de sueños, gente de ideales, gente que luchaba por ocupar un espacio digno no sólo para ellos, sino para todos en ese mundo maravilloso que, como aurora esperanzadora, alumbraba tenuemente aquellas vidas. Los otoños por entonces (que no eran los calurosos de ahora, porque en aquellos años la naturaleza no había sido aún tan maltratada por el hombre) eran implacables con aquel chico: espasmos bronquiales, gripes, inyecciones y la figura de aquella mujer con la cajita de acero inoxidable en la mano conteniendo la temida y despreciable aguja. Una mujer de mano suave, de voz persuasiva, de ternura infinita, de ideales de acero, de justicia ciega, de bondad inocultable: María Elena Gabetta.
-Un apellido ilustre. Gabetta, sinónimo de políticos, periodistas, virtudes.
-Sí, anteayer al estrecharle la mano al reconocido periodista Carlos Gabetta, recordamos brevemente a esta mujer, su tía, abnegada y pura socialista, que allá por los años 1959/60, sola y contra viento y marea alquilaba un viejo Chevrolet color negro con bocinas arriba y salía por la calle Rioja, y hasta donde la voz diera, a pedirle a los rosarinos que votaran por el socialismo y a exaltar la figura de Palacios. De aquella vecindad salieron personas que le pusieron nota a esta melodía rosarina, María Elena fue una de ellas. Algunos pusieron una blanca, otros una semicorchea y no sé si no habrá habido una semifusa. En aquellos diez departamentos asentados en el largo pasillo, de ese color gris que siempre distingue a la pobreza, había peronistas, socialistas, radicales pero había, sobre todo, confraternidad, amor, respeto y un homenaje fuerte, sempiterno, a la solidaridad.
-¿Quién era ese chico?
-A veces ese chico deja caer una lágrima, porque aquel mundo maravilloso que se abría a los ojos de los pobres de entonces vino a ser una realidad para unos pocos. Si algo hay de trágico en la existencia humana es el encarcelamiento de los sueños (afortunadamente aún no han encontrado la forma de matarlos) ¿Quién era ese chico? No tiene importancia, sólo le diré que aquella vecindad ya no existe, ha sido destruida (¡Dios mío, ha sido destruida!), pero por las noches, en el infinito silencio, sale un viejo Chevrolet color negro con bocinas arriba y la voz de María Elena Gabetta que dice: "Luche por la justicia, la equidad, el amor, la igualdad..." Y mientras ella exhorta estas cosas, otra mujer, Lola, sirve una taza de mazamorra para que la esperanza de este chico no enflaquezca.
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