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 jueves, 15 de abril de 2004

Punta de vista: La crueldad de la pequeña pantalla

A Silvio Soldán siempre le gustó la buena vida. Con poco talento y mucha habilidad, se coló en el mundo del espectáculo desde distintos caminos. Actuó en películas olvidables como "Gran valor en la facultad de medicina" con Juan Carlos Calabró, fogoneó tangos vergonzantes en "Grandes valores del tango" como "Azúcar, pimienta y sal", y después hizo papelones saltando como un pavote en "Feliz domingo". Claro, cualquiera dirá que ahora es fácil hacer leña del árbol caído. Pero Soldán siempre la jugó de latin lover. Iba a los programas de chismes para exhibir sus romances con mujeres que podrían ser sus hijas y se besuqueaba en cámara para que se hable de él. Encima, inventó el monstruo de Silvia Süller, a la que se le debe centenares de presencias bochornosas en teatro y tevé, y por carácter transitivo también es responsable de Guido Süller, una maravilla para los psiquiatras. Soldán ahora está en Villa Devoto. Y mucha gente salió por televisión diciendo que "ojalá a él no le pase nada", y "que toda la culpa la tiene esa Giselle Rímolo que lo engatusó". En la tapa de la revista Caras apareció Silvio con lágrimas en los ojos con la frase: "Las mujeres que amé me mataron en vida". Sigue buscando la complicidad de la prensa para zafar de algo que es responsable, más allá que la Justicia todavía no se expidió sobre su caso. El la llamaba "doctorcita" a Rímolo y sabía perfectamente que la ex rubia tarada lo más cerca que había pasado por la Facultad de Medicina fue por la puerta. Soldán quiere aprovechar su popularidad y su fama de vieja data para que se tenga cierta piedad con su causa. Antes se exponía con sus conquistas, ahora se expone entre rejas. Hay un viejo latiguillo que dice que cuando un artista monta un espectáculo de bajo nivel y lo hace de taquito está robando. La impresión que se tiene cuando se trata de Soldán es que en su carrera artística se la pasó robando. Y durante muchos años la suerte le guiñó el ojo y zafó con productos de poca monta. Pero, como todo el mundo sabe, no hay dicha que dure mil años. Y esta vez alguien le bajó el pulgar.

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