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 miércoles, 14 de abril de 2004

Editorial
Peligro, dogos en la ciudad

El ataque del que fue víctima anteayer en el barrio Fisherton Norte un jubilado de 69 años por parte de un dogo argentino vuelve a poner sobre el tapete el tema de la peligrosidad que revisten estos canes y la inconveniencia de que habiten dentro de los límites de la ciudad.

Ricardo Snyder sufrió graves heridas en el antebrazo derecho y la frente luego de que "Bartolo" -el animal que su hijo llevó a casa dos años atrás con el objetivo de "tener más seguridad"- lo atacara sin razón perceptible ni aviso previo en la vivienda que la familia está construyendo en la esquina de Schweitzer al 8300. Y no se trata del primer caso de ataques perpetrado en Rosario por esta raza de canes, creada con el exclusivo propósito de capturar jabalíes. El más recordado tuvo desenlace fatal, después de que uno de estos perros de comprobada agresividad saltara un tapial para atacar a un anciano que vivía solo en la zona sur rosarina.

Hasta ahora, sin embargo, nada se ha modificado. Pese a las advertencias realizadas por expertos en torno al riesgo que presenta convivir con dogos argentinos, estos canes continúan siendo parte del paisaje cotidiano de la urbe. Consultado por La Capital, el adiestrador Horacio Barrios definió a estos animales como "hechos para la caza mayor" y sostuvo que "no deberían estar en las ciudades, en las calles o en las plazas y espacios públicos".

La raíz del problema, como la de tantos otros, se instala en la inseguridad que justificadamente ha hecho presa de la ciudadanía. A partir de ella, son muchos los rosarinos que optan por introducir un perro en su vivienda y en no pocas ocasiones el hábitat de los animales dista de gozar de las condiciones necesarias. Así, espacios reducidos, alimentación inadecuada y adiestramiento nulo terminan por crear una situación que potencia la natural peligrosidad de muchas razas, entre las cuales el dogo ocupa el lugar más destacado, por delante del rottweiler, el pitbull, el doberman y el ovejero alemán. La frase de los especialistas es, al respecto, clara: "La culpa nunca es del perro, sino del dueño".

Pero los argumentos se repiten y las soluciones continúan sin aparecer. A esta altura, y vista la imposibilidad de controlar la situación individual de cada animal, habría que comenzar a discutir medidas más drásticas. Y la prohibición lisa y llana de tener dogos argentinos en la ciudad debería ser, como mínimo, analizada. De lo contrario, sin dudas que los ataques se seguirán produciendo.

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