| miércoles, 14 de abril de 2004 | Charlas en el Café del Bajo -Sobrevolemos una parte del panorama argentino: en las grandes ciudades como Buenos Aires y Rosario aumentaron significativamente los alquileres en lo que va del 2004. ¿Por qué? Pues la demanda es mayor que la oferta y los precios subieron. Esta demanda no está compuesta, precisamente, por familias urbanas, sino por jóvenes del interior que ahora disponen de respaldo económico como consecuencia de la devaluación y del boom de la soja y pueden acercarse a la ciudad solventándose los gastos que ello implica. Pero se produce una tremenda inequidad social como consecuencia de una injusta distribución de la riqueza: mucha gente de la ciudad (trabajadores, empleados, profesionales sin trabajo, etcétera) deben pagar alquileres (si consiguen alquilar) que no están armonizados con sus salarios. En Rosario el alquiler de un departamento de dos dormitorios ronda en los 350 a 400 pesos. El salario medio no supera los 700 pesos.
-Vayamos a los alimentos: en los últimos meses hubo incrementos progresivos de muchos productos. No hablemos de los envasados, porque se ha tornado prohibitivo para la mayoría argentina comer ciertos productos como el palmito o el ananá, por ejemplo. La lata de duraznos al natural, un postre tradicional en otras épocas, hoy cuesta no menos de 3,50 pesos (y la marca más desconocida). Aumentó el vino, aumentaron las naranjas, cuyo kilo alcanza el precio de 2 pesos para una calidad media y aumentaron las verduras y hortalizas.
-Ni hablar del pescado que en Semana Santa se ve que hubo menos debido a las corrientes marinas y remansos de ríos y entonces a los pescadores se le hizo más difícil atraparlos (permítase la ironía para la eterna viveza criolla). También aumentó la carne y algún idiota salió a decir que al pueblo argentino le vendría bien evitar este tipo de proteínas y sustituirlas por el pescado. Como algunos pobres carniceros no vendían, se vieron obligados a disminuir su magra ganancia y bajaron los precios, claro que los frigoríficos no resignaron nada.
-Hubo aumentos en ciertas tarifas y otros encubiertos en servicios que, como siempre, fueron a caer sobre las espaldas de la clase media, de lo poco que queda de ella. El gobierno provincial, fiel a la insensatez que demuestra cada vez que puede, anunció el aumento de las patentes ¿íQué pecado cometimos los santafesinos para tener este castigo!?
-Algunas cifras para ponernos a pensar (y conste que son nada menos que del Indec, organismo oficial): en alimentos y bebidas en el último mes se registró un aumento del 0,4 por ciento y desde diciembre del 1,1 por ciento; en útiles para educación el 2 por ciento en el último mes; en indumentaria, el 6,8 por ciento; en mantenimiento del hogar, en el último mes el 0,8 por ciento y en salud 2,1 por ciento.
-El hueso con carne en los últimos 30 días aumentó el 7,5 por ciento, el gas en garrafa el 0,2 por ciento (menos mal que no hace frío) ¿Quiere estremecerse un poco? Desde el mes de diciembre del 2001 hasta ahora el queso aumentó un 143 por ciento, el arroz blanco el 149,5 por ciento y así sucesivamente otros alimentos. ¿En qué porcentaje aumentó el salario?
-Ja, ja, ja, ja, ja.
-Días pasados lo escuchaba a este muchacho Fernando Peña y en medio de tanta locura dijo refiriéndose a la situación social: "Los argentinos somos muy estúpidos". Me quedé pensando si al fin y al cabo este muchacho es un loco delirante o un sensato de aquéllos. ¿Seremos muy estúpidos?
-Vino Videla y hubo silencio complaciente; vino Galtieri a tomar las Malvinas y todos aplaudimos (hasta los que después serían presidentes); vino Alfonsín y con el Preámbulo y las ¡Felices Pascuas! nos pasó hacia el cuarto; vino Carlitos y lo aclamamos por su revolución productiva (dos períodos, ¡ojo!); vinieron de la Rúa y el "chachín" y bue..., nos embarcamos en el "chupetemóvil"; vino Duhalde, apoyado por el radicalismo bonaerense y transas legislativas y "nos devaluó" y...
-Inocencio, los argentinos siempre fuimos víctimas primero de la mentira corporativa y después de nuestra inexplicable confianza y resignación.
Candi II
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