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 domingo, 04 de abril de 2004

Panorama político
Un mensaje al corazón del poder

Mauricio Maronna / La Capital

Ideología, necesitamos una para vivir, y no para que nos entretengan. Ese fue el mensaje que dejaron centenares de miles de personas que, el jueves, no requirieron de aparatos políticos, dádivas ni coacciones para decirle al poder que ya terminó el tiempo de los golpes de efecto, el estado de campaña permanente y el ocultamiento de la penosa realidad bajo la alfombra de las encuestas pagas.

Como se dijo hace siete días en esta columna: llegó la hora de gobernar. Las lecciones del señor Blumberg siguen ahí, sobrevolando conciencias, borrando los maquillajes de los supuestos saberes científicos de manipulación, y pegándoles sonoros cachetazos a quienes quieren apropiarse de la muerte bajo la tenebrosa calificación de "buena o mala" según los apriorismos ideológicos.

El baño de sentido común que tanto le cuesta imponer a la mediocre clase dirigencial brotó de boca de un hombre desolado que jamás habrá pensado en ser el eje referencial de una mayoría silenciosa, hasta entonces acallada por los ruidos ensordecedores de las palabras sin espesor, cargadas de hipocresía y de los que no entienden que nunca debe "esperarse que un hombre muera para saber que todo corre peligro".

Los trágicos días de diciembre del 2001 no sentaron un precedente prerrevolucionario, ni fueron el apéndice para que la sociedad vuelva a dirimir sus conflictos bajo la encarnadura de la violencia: esas jornadas marcaron que había nacido una nueva forma de control social. Nadie lo entendió.

La popularidad de Néstor Kirchner operó como una coraza para los dirigentes que no podían siquiera pisar las calles a riesgo de ser repudiados tras su derrotero de ineptitudes, corruptelas y corporativismo. Los mismos dirigentes que olvidaron que en este país nada es para siempre.

Esta vez las velas, las cacerolas, las marchas, los bocinazos, los silbidos a diputados, senadores, funcionarios de todo rango y color, jueces y fiscales volvieron a hacerse sentir. Por suerte para la República, al frente de la movilización en el Congreso y en la Plaza de Mayo calaron hondo las palabras del señor Blumberg: "Protestemos, luchemos, pero antes que todo defendamos la democracia".

En los momentos en que la historia cruje, las miserias humanas se dejan ver con claridad. El aprovechamiento fascistoide que intentan hacer algunos medios de un consenso que no les pertenece, y las especulaciones infantiles de sectores intolerantes que ven en el reclamo el regreso del "autoritarismo procesista" luce patético y miserable.

Querer sembrar un surco de odio entre el histórico acto de traspaso de la Esma y el acto del jueves (dividiendo a unos y otros en tirios y troyanos según el linaje ideológico) significa que la intolerancia sigue serpenteando en algunos cenáculos de la sociedad.

El grueso error del presidente de la Nación al reservarse el derecho de admisión a la tenebrosa mole de cemento (un ex centro clandestino de detención que sirvió para el nacimiento y posterior robo de bebés) sentó un precedente peligroso. Y fue recibido de la peor manera en gruesos sectores que aprendieron la lección de la historia.

Entre tantos "arrepentimientos" que se demandan, alguna vez al jefe del Estado le corresponderá un mea culpa por haber utilizado la memoria en provecho propio, olvidándose que quienes lo antecedieron hicieron algo más que gestos.

Con toda su mochila de errores a cuestas (la obediencia debida y el punto final), Raúl Alfonsín puso en el banquillo a los más feroces dictadores que padeció la Argentina. Y en tiempos en que la corporación militar estaba con las defensas altas.

Pese a su estela de corrupción (y a los indultos), Carlos Menem terminó con el Servicio Militar Obligatorio, dispuso la indemnización a familiares de desaparecidos y no le puso mordaza al entonces jefe del Ejército, Martín Balza, para ejercer una audaz autocrítica.

Entre Alfonsín y Menem hubo una importante cantidad de funcionarios de segunda línea y gobernadores que depuraron policías sangrientas, se ocuparon de los derechos humanos y pusieron en evidencia esa frase que de tan simplista es irrebatible: "La peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras".

El desarrollo de una democracia condicionada otorgó todas las condiciones para la incubación del nuevo huevo de la serpiente: la vinculación entre policías corruptos, políticos deshonestos y jueces con los ojos vendados, no para impartir justicia sin privilegios, sino para permitir el contubernio entre dirigentes venales y uniformados indecentes.

La saga de hechos reprobables en la provincia de Buenos Aires (un territorio maldito para todo lo que huela a nueva política) se combinó finalmente con la falta de aptitud de los gobernantes.

Felipe Solá les dio la razón a quienes lo chicanean rebautizándolo "Falapi" (facha, labia y pilcha). El gobernador (además de un muy mal mandatario) es una esfinge que se salva de la intervención federal por el valor estratégico del territorio que representa (¿y por Eduardo Duhalde?). "Solá lo único que hace es venir a pedir perdón", dijo Cristina Kirchner ante un movilero del programa CQC. Y no fue una humorada.

Suena temerario afirmar que se rompió la luna de miel entre la sociedad y el gobierno nacional como publica en tapa la revista Noticias. Lo que parece haberse agotado es la maximización de la gestualidad y la actitud del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, intentando interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica ("O están conmigo o están en contra mío").

El mismo Fernández que hoy vitupera el pasado inmediato y que ayer fue funcionario menemista y admirador ferviente de Domingo Felipe Cavallo, apareció con voz trémula y desorientado a responder desde el gobierno lo que jamás hubiera esperado: la realidad ganándoles lugar a las operaciones mediáticas.

Al fin de cuentas, la inseguridad, la falta de trabajo, la pobreza y la indigencia siguen constituyendo los males a vencer.

De la resolución de estos flagelos depende el futuro vínculo entre el gobierno y sus representados. Esa fue la advertencia al corazón del poder que miles de ciudadanos se encargaron de poner en evidencia con infinidad de velas, cánticos y un baño de sentido común.

Ideología, necesitamos una para vivir.

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