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 domingo, 04 de abril de 2004

Conducta infantil
¿Sirve el castigo para los chicos?

Por Cora Rosenzvit (*)

En estos tiempos trágicos del siglo XXI enseñar a un ser humano el sentido de responsabilidad, el respeto por la vida y los derechos del otro es un tema crucial. Hay muchas y diferentes hipótesis que intentan comprender el origen de la agresión en el hombre. Pero en algo todas las líneas teóricas psicoanalíticas están de acuerdo, y es que la agresividad es inherente al ser humano y se expresa desde su nacimiento: el bebé excitado que muerde el pecho de su madre o un niño que le pega a otro para sacarle un juguete. Es normal y esperable cierta cuota de agresividad, hasta es indispensable para la supervivencia.

Lo importante para la educación del niño está en la actitud que toma el adulto de quien depende. La preocupación por el prójimo, el sentimiento de culpa y el sentido moral de la existencia son considerados como logros evolutivos, no nacen con el ser humano, se enseñan, se adquieren. Se incorporan siempre y cuando se hayan vivenciado buenos vínculos afectivos con los padres desde el nacimiento. Son aprendizajes que no pasan por el plano intelectual sino por vivencias emocionales.

¿ Es el castigo una forma de enseñar? En el diccionario de la Real Academia Española dice que castigar significa:

* Mortificar y afligir.

* Estimular con el látigo o espuelas la cabalgadura.

* Escarmentar, corregir con rigor al que ha errado.

* Advertir, prevenir, enseñar.

¡Cuánto estará arraigado el autoritarismo en nuestra cultura que enseñar, mortificar y afligir pueden ser usados como sinónimos!

Si castigamos a nuestros hijos, sea física o psíquicamente, les estamos enseñando lo siguiente: que no nos importan sus sentimientos ni sus deseos. (esto es vivido como falta de cariño o desprecio). Que cuando dos personas piensan diferente sólo la fuerza de la coerción es el método de resolución y que la violencia es la forma de impartir justicia. En vez de conseguir respeto y obediencia provocamos enojo, desprecio y rencor. Y si conseguimos obediencia va a ser por miedo al castigo, no por incorporación de valores.

Es importante aclarar que en el proceso de formación de la personalidad de los niños son necesarias tanto las experiencias de satisfacción como las de frustración. Estas últimas, además de ser inevitables, son necesarias en cierto grado para la evolución del pensamiento, la percepción y la acción.

Uno de los deseos más importantes de un niño es sentirse amado por sus padres, tener su aprecio y aprobación. En los chicos hay una enorme diferencia entre la disciplina y responsabilidad que adquieren por identificación con quienes aman y admiran, o las impuestas por la fuerza y por temor a un castigo. Todo lo que un niño hace está para él totalmente justificado y tiene una razón. Incluso los caprichos y pataletas tienen siempre una causa. Que a los adultos nos parezca equivocada o tonta es otro tema. La energía y obstinación que a veces muestran los niños nos hace ver que para ellos es de suma importancia aquello por lo que luchan. A veces parecen razones de vida o muerte.

La forma de enseñar el respeto y amor por el prójimo es en principio empezar por respetar a los hijos. No son propiedad privada, no son inferiores, no se puede exigir obediencia ciega u obediencia debida. Un hijo es un ser separado de nosotros, con diferentes deseos, con su propia individualidad, que aprende de lo que sus padres son, no de lo que dicen ser. Intentar entender los motivos de los berrinches y buscar una solución es una forma de reconocimiento de su individualidad. La experiencia de ser entendido, de ser tomado seriamente en cuenta, de que sus razones y su estado de ánimo sean considerados va a ser una satisfacción que compensa el tener que modificar la conducta.

La ansiedad de separación es una de las ansiedades más básicas y tempranas del ser humano. Está conectada con el temor a la pérdida del amor, la protección y aceptación de los padres. Tener una fuerte reacción emocional de enojo por la mala conducta de un hijo es natural, es una reacción lógica. Pero cuando estamos enojados no razonamos bien. La suave voz de la razón puede ser escuchada cuando no hay atronadoras emociones causando interferencias.

La experiencia de un niño al sentir el enojo y desaprobación de sus padres, no como un castigo sino como expresión de sus sentimientos, es una enorme fuente de ansiedad. El chico siente como un verdadero peligro perder el cariño de sus padres. Surge el deseo de reparar el daño hecho, aparece el sentimiento de culpa que es más disuasivo y aleccionador que el miedo al castigo. Simplemente experimentar la distancia afectiva de los padres hace sentir la aguda conciencia de cuánto se los necesita e induce a tratar de ser readmitido en su amor a través de un cambio de su conducta.

Los valores y prohibiciones que se les transmiten a los chicos se interiorizan a lo largo de la infancia por un complejo proceso. Pasan a ser parte de ellos mismos. Es muy común escuchar: "A mi me sacaron bueno con los castigos". Quienes dicen eso ya no recuerdan el dolor y humillación sufridos. Pero no fueron los castigos lo que lo sacaron bueno sino el alivio y el agradable sentimiento de reconciliación que venía después de ellos.

La crianza y educación de un hijo es un desafío y empieza desde el nacimiento. Cuando la madre está dando de mamar y siente dolor por la mordida de su bebé va a poder seguir alimentándolo sin enojo si puede entender que su hijo lo hace porque tiene mucho hambre y no porque es malo. Estos son los cimientos de la tolerancia entre los hombres. Es más fácil decirlo y entenderlo en la teoría que llevarlo a cabo en la rutina diaria. Es un gigantesco esfuerzo de paciencia ya que el autoritarismo está arraigado. Es más rápido y fácil descargar todos nuestros rencores y frustraciones de distinto origen con el hijo que controlarse, parar y pensar qué mensaje estamos dando con nuestros actos.

El esfuerzo va a ser recompensado con la felicidad de ver a nuestros hijos crecer como personas íntegras, con quienes vamos a conservar siempre un buen vínculo y disposición al diálogo. Además de aportar un granito de arena para hacer más humano este planeta.

(*)Psicóloga

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