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 domingo, 14 de marzo de 2004

Lecturas
Una novela para leer y mirar

Alfredo Chies / La Capital

Luis Felipe Noé sacudió fuerte la parra, y cayeron demasiadas cosas que tenía guardadas en el alma. Desde "Las aventuras de Recontrapoder" estructura un libro ilustrado, algo lógico para un pintor de siempre, un "libro para mirar", una pseudonovela (él lo dice) con formato de historieta que desde la portada y luego en cada una de sus páginas embiste con una usina de ideas; en realidad bastante más: una partitura plagada de stacattos visuales imbricados y, también, sueltos.

"Las aventuras..." es una adaptación del trabajo que Noé publicó en 1974, "Códice rompecabezas sobre recontrapoder en cajón desastre", es decir, una novela escrita con la estructura de un códice sagrado cuyo protagonista, Adrián Nevares, decide convertirse en dios de sí mismo en el camino de tratar de ser una persona.

La idea, inmensa, fue retomada por Noé, quien hizo el guión y dibujos, y además convocó a Nahuel Rando para los dibujos y la diagramación. De la tarea que supuso un trabajo conjunto, cada uno ilustró un capítulo, y aún revisaron cada página para mantener un contraste de dibujos.

Las imágenes terminan planteando otras obras paralelas (o no); así de importantes resultan en la obra que fue el soporte de un proyecto cinematográfico (que todavía no se plasmó), una obra de títeres, y que vio la luz en forma de folletín en una revista de Costa Rica.

Noé explica en el prólogo al "estimado lector-mirador" las idas y vueltas de este nuevo planteo de "Las aventuras...", que retratan la vida de un joven que vive en Buenos Aires y que para acercarse a lo que se propuso se embarca en una deconstrucción de su personalidad, desde El Hijo de la Pavota, Paradoja Capicúa, Rompecabezas, Recontrapoder y Recontrapodamos, ya en la culminación de su camino en el intento de "fundirse en la aventura de un pueblo".

"Las aventuras..." es un trabajo que cataliza el recuerdo del pensamiento de los años 70 en la Argentina sin el tamizado del tiempo y los acontecimientos correlativos entre entonces y ahora.

Las imágenes aparecen puestas en espejos enfrentados: los arquetipos de la clase política, los militares y la caterva gubernamental; Perón, Cristo, Laurence de Arabia, el amor, la represión, son vistos en ese juego de pensamientos desde los ojos de un niño, luego de un adolescente y por último desde la óptica de un muchacho que pasó por el enamoramiento y la locura, en un viaje que se enanca en el absurdo y el humor del descubrimiento.

Si ya de por sí la novela, desnuda, era un inmenso disparador de recreaciones, la historieta lo es mucho más porque las imágenes de ninguna manera acotan al texto (que a veces aparece en globos dibujados "con espejo").

Una novela para "mirar", dijo Noé. Se puede ir tanto más allá justamente en la contemplación de las imágenes y de los pensamientos y planteos, un mensaje que puede ocurrirse totalmente descontaminado de la subcultura de la imagen estructurada desde la televisión en las últimas dos décadas, del bastardeo y desprecio de la hercúlea tarea de pensar en ser, o buscar ser. Valió, entonces, la espera tan dilatada. O retomar una idea que surgió de las catacumbas por el imperio de las circunstancias generadas por un pueblo, si esto se pudiera creer: al menos Adrián Nevares -al que Noé hace desaparecer a manos de la dictadura- se lo creyó en ese tan largo y visceral viaje interior plagado de mojones plantados por pensadores y filósofos. Y tuvo un recontrafin.

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