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 domingo, 29 de febrero de 2004

Yoga recreativo: El don del equilibrio

Entre las muchas búsquedas que a lo largo de la historia el hombre ha emprendido se encuentra una que cada vez con mayor fuerza ejerce un rol preponderante en la estructura social: el ansia de conocimiento de su propia esencia, ya no por medio de compartimentos estancos, sino a través de un núcleo corporal, emocional, psicológico y espiritual, que conforman los aspectos indivisibles de un todo.

La identidad sana tiende a la percepción corporal unificada, que conoce sus límites y trata de conectarse con lo que lo rodea. La falta de conocimiento de sí mismo genera graves dificultades para percibir la realidad, y surgen entonces mecanismos de defensa que estructuran una falsa identidad. El individuo separado de su verdadera esencia, adopta roles fijos que lo van apartando cada vez más de poder desarrollar su individualidad. Tenemos así dos modelos: la alta identidad, que se da en los roles como el jefe, el protector, el triunfador, el autoritario, el competitivo, el intelectual y la baja identidad que se manifiesta a través del pobre hombre, la víctima, el melancólico, el inútil, el sacrificado.

Los que poseen alta identidad se manifiestan con movimientos acelerados, tensiones musculares focalizadas, agresividad, afectividad empobrecida, competitivos propensos a los accidentes, actitud sexual estrictamente genital, aferrados a lo material. En cambio, en las personas de baja identidad se ponen de manifiesto otras particularidades, tales como poco tono muscular, apatía, falta de proyectos, aferrados al pasado, fuertes sentimientos de culpa, dependientes, resentidos, se sienten víctimas y perdedores.

El yoga recreativo armoniza, trabaja para modificar estas actitudes para que el practicante disfrute de un equilibrio entre la alta y baja identidad desde la salud y el conocimiento de sí mismo, para que pueda concretar los objetivos y entregarse al placer de lo logrado.

No hemos aprendido a conocernos a nosotros mismos y por eso nos cuesta tanto conocer a nuestros semejantes. El grupo es un contexto privilegiado de mutuo conocimiento e interacción humana. Aprender a aceptar las diferencias nos acerca a los demás y nos permite mantenernos abiertos. Estar vinculados con el medio, entendido como red grupal, nos enriquece y nos brinda protección. El vínculo nos modifica y nos hace permeables, nos hace superar el miedo a salir de nuestro mundo interno para comunicarnos con nuestros semejantes.

Es importante distinguir vínculo de simbiosis. Esta última implica una relación cerrada que se agota en sí misma y lleva al empobrecimiento, en cambio el vínculo tiene que ser un punto de apoyo para abrirnos cada vez más. A través de él se encuentra la posibilidad de la realización que solos no alcanzaríamos.


Perder el miedo
En un verdadero vínculo están presentes todos los sentimientos humanos, y sólo se establecerá si somos auténticos y espontáneos, si perdemos el miedo a que nos dejen de querer por expresar lo que sentimos. El vínculo es una percepción sutil que surge de lo espontáneo y no de una formalidad. Las personas formadas rígidamente cumplen pautas, no se vinculan.

El vínculo nos salva de la locura porque nos rescata del aislamiento. Hay siempre energía que nos llega a través del espacio y del tiempo, y que trasciende a la muerte. Estamos todos en este mundo para ayudarnos mutuamente a crecer, penetrarnos, moldearnos, modificarnos y liberarnos.

La verdadera evolución de nuestro ser se da a través del encuentro con nuestros semejantes en conexión con el Universo del que somos parte. El Universo es perfecto e imparte su ritmo y armonía. Es nuestra elección ir en contra de esa vibración universal y ser desdichados, o respetar nuestro ritmo interno que nos conecta con la totalidad y ser felices en todo momento.

Ada Lamboy

Master en yoga científico

y educacional

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