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 sábado, 28 de febrero de 2004

Charlas en el Café del Bajo

-Le voy a leer una carta enviada por una amiga, Candi, en la que refiere al hecho aberrante protagonizado por este hombre que arrojó agua hirviendo sobre un chiquito de cinco años que estaba pidiendo. "Candi: Soy una lectora de La Capital desde hace muchos años, ya que mis padres me hicieron gustar de la lectura desde muy pequeña. Actualmente y habiendo formado una familia, quiero agradecerte las charlas que a diario realizás en el café. Algunas muy tiernas, otras muy crudas, pero son parte de la vida. Hoy es para decirte que estoy de acuerdo con tu charla del 24 de febrero y muy triste porque un inadaptado, una bestia seguramente no leyó ni siquiera el último párrafo de esta charla "...el que diera de beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeñuelos..." como transcribís sobre las palabras de Jesús en el Evangelio. ¿Y por qué traigo esto a colación? por la barbaridad que hoy fue noticia en las radios sobre un sujeto, un individuo por así llamarlo, al que le molestó que un niño de 5 años (la misma edad que tiene mi única hija) estuviera mendigando y le arrojó un balde de agua hirviendo. Aterrador, monstruoso. El informe médico asegura que "el niño está fuera de peligro" pero con esto no basta: este niñito al cual la vida en sus pocos años no le fue generosa, estará sufriendo las penurias de las quemaduras y las secuelas que traerá este aberrante acto. ¿Qué sucede en el corazón de algunos? porque ni siquiera podemos denominarlas personas. Hoy mis oraciones son para esta pequeña personita y ruego a Dios para que reciba todo el amor que reconforte su cuerpo y su alma. Nuevamente gracias por tus charlas y disculpame por la tristeza del mensaje. Que Dios te bendiga. María Alejandra Silva.

-Sí, María Alejandra, lamentablemente observamos como cotidianamente se suceden hechos tremendos e increíbles como que una persona (sé que no te gustará demasiado que la llame así) arroje agua hirviendo sobre un pequeño de cinco años. Es ciertamente patético, amiga mía, pero a la vez, y esto es lo más triste, es la imagen cruda, sobredimensionada grotescamente acaso, de una sociedad en donde lo patético es moneda corriente. Asistimos con estupor al pasmoso hecho de arrojar agua hirviendo sobre un inocente, pero esto no es sino la punta de un iceberg peligroso, tenebroso y maléfico que cada día se devora un poco más a los exquisitos valores del espíritu y el corazón humanos. Para usar una metáfora, diría que una buena parte de la humanidad, de manera consciente (o sin percatarse de ello en ocasiones porque ha adoptado como natural lo antinatural y descarriado), se la pasa arrojando cada día agua hirviendo sobre la mente, el corazón y el espíritu de las personas. Si te fijás un poco en derredor, advertirás como se arroja agua hirviendo a más no poder, en todas partes y a cada momento. Desde una gota hasta baldazos.

-¿En qué lo advierte, Candi?

-En muchas cosas Inocencio. Desde una palabra irónica que una persona arroja sobre otra y que hace las veces de una fina y filosa daga invisible que atraviesa la estructura emocional, hasta un acto injusto provocado a sabiendas y sin que la más mínima escrupulosidad sentimental conmueva al ejecutante, hay un amplio espectro, un desplegado abanico de "aguas hirviendo" en esta sociedad posmoderna. Hablando con una profesora, días pasados, envuelta en un comprensivo escepticismo, pero injustificado al fin de cuentas, se quejaba de que el ser humano es malo por naturaleza. Y esto no es así. Debe coincidirse con Rousseau en que hay una bondad innata en la naturaleza del hombre y que es la estructura social, las circunstancias sociales, que tornan al hombre malo. No es del caso tratar aquí cuales son esas situaciones, que, por otra parte, son por todas conocidas. Pero podríamos resumirlas en la violación de las reglas básicas de convivencia que dan vida al contenido de una máxima que le pertenece al siempre talentoso abogado rosarino Mario Spirandelli: "No todos somos iguales, pero todos tenemos los mismos derechos".

-Quiere decir que cuando los derechos de los seres se subyugan comienza a gestarse el mal en ellos.

-Lo creo así, por cuanto la cesión de un derecho es un acto de amor que acarrea paz interior y la privación de tal derecho es un hecho de violencia moral que no puede sino generar resentimiento, ira y gestar, al fin, malicia ¿Cuántos derechos se le han conculcado a este pobre chico que recibió como corolario de una vida desgraciada agua hirviendo sobre su piel? Y en la lista de preguntas podríamos añadir: ¿Cuántas personas son víctimas de "aguas hirviendo" inmateriales? ¿Podemos acaso esperar que este pequeño ser (y tantas otras víctimas) alberguen en su corazón gratitud hacia la sociedad y benevolencia si no se le hace ver que además de esta violencia de la que fue víctima hay también una paz que puede ser concedida por espíritus nobles como la de nuestra amiga que nos escribió? ¿Pero cuántos de estos espíritus están dispuestos a perseverar en esta cruzada?

-¿Es acaso escéptico al respecto?

-No, en absoluto, pero debe haber más compromiso al respecto. Precisamente al hablar de esto y ante una aseveración de alguien que me decía que en el mundo hoy existe más gente mala, o al menos indiferente ante el dolor humano, que buenos e interesados en rescatarse y rescatar a los que se puedan de este túnel tenebroso, yo respondí: es posible que así sea, no lo sé con certeza, pero no dudo de que los buenos espíritus y las causas nobles pesan más que todo lo demás. Esto es lo que, con todo, reconforta.

Candi II

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