| sábado, 28 de febrero de 2004 | Vergüenza de ser canalla El sábado 21 de febrero ingresé, como muchas otras veces, a la playa de Rosario Central abonando $28 por entradas que nos cobraron por ser visitantes (cinco adultos y mi hijo de cuatro años). Luego de permanecer varias horas en el mismo lugar se acercó una señora con muy malos modales y tono agresivo (supuestamente socia vitalicia) y un señor vistiendo un uniforme de seguridad y me preguntan: "¿Ustedes tienen un nene con una pulsera de Ñuls?" Reparo en la supuesta pulsera de mi hijo. Tenía atado en su muñeca un pedazo de tanza con unas franjas rojas y negras que él mismo se fabricó, pero en ningún lugar hacía referencias o mostraba insignias del club antes mencionado. Entonces les respondí a estos señores que mi hijo tenía una pulsera de colores rojo y negro pero que no era una pulsera de Ñuls y que se la había fabricado él cuando estuvo de vacaciones, restándole importancia al asunto porque me pareció una ridiculez lo que cuestionaban ya que estamos hablando de un nene que acaba de cumplir cuatro años. No conformes con mi respuesta, se acercó un señor de unos 45 o 50 años, pariente o amigo de esta señora y dirigiéndose a mi hijo comenzó a decir que a los chicos que usaban esas pulseras habría que cortarles los brazos y si la tuvieran en el tobillo habría que cortarles los pies; mientras que otro acotaba: "Sí, es mejor matarlos de chicos". Mis amigas horrorizadas por las cosas que estaban escuchando empezaron a discutir con estas personas y decidimos retirarnos por no seguir exponiendo a mi hijo a semejante situación. Empezamos a caminar y nos llovían los insultos y las agresiones. Pedimos entonces hablar con alguien responsable y encontramos en el camino al intendente, el señor Oscar Salvo, quien muy amablemente nos devolvió el dinero de las entradas pero no se hizo responsable de las agresiones recibidas e hizo referencia a ciertas cuestiones políticas entre esta gente y el club que nada tenían que ver con nosotras. Ya fuera del club, casi media hora después, sale esta señora, nos cruza y sigue insultándonos mientras el nene seguía llorando porque nunca llegó a comprender por qué nos tuvimos que ir. Tres días después de lo ocurrido y como mamá del nene en cuestión mi indignación es cada vez más grande y no dejo de preguntarme ¿hasta dónde es lógico el fanatismo de un socio agrediendo a un niño de sólo cuatro años y cuántos hecho más como este tendrán que suceder para que las autoridades del club se hagan responsables de las inconductas de sus socios? Sólo quiero agregar que en mis 28 años es la primera vez que siento vergüenza de ser canalla.
Luciana Alegre
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