| domingo, 15 de febrero de 2004 | Charlas en el Café del Bajo -Antes de mi reflexión final luego de estas charlas sobre Jesús, sus hermanos y sus supuestos hijos que hemos tenido durante estos días a partir de este best seller, "El Código Da Vinci", quiero agradecer infinitamente a la Asociación Israelita de Rosario, a su presidente Horacio Glocer y a todos los miembros de la comisión por el hermoso momento que viví anteayer en el corazón de la Kehilá. Agradezco las palabras del presidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia delegación Rosario), doctor Rubén Bercovich, y las del secretario de dicha entidad Lisandro Glocer. Ha sido de gran significancia para mí compartir esos instantes y sobre todo estar en el bellísimo templo.
-Bien Candi. Todos aguardamos que nos dé su opinión: ¿Jesús tuvo hijos? ¿María fue virgen? ¿Jesús fue el Hijo de Dios?
-Hay un pasaje del Evangelio que dice así: "No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" y en Juan cap. 14 vers. 21 dice: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que de veras me ama". Entonces, Inocencio, le pregunto: ¿quién se salvará, el que niega que Jesús tuvo hermanos, el que cree que es el Hijo de Dios, el que considera que María fue Virgen o el que cumple con su mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo?
-Pues el que cumpla con su mandamiento.
-Mandamiento, que no es otra cosa que la aplicación de la Ley de Moisés, ¿verdad?
-Cierto.
-¿Entonces qué importancia tiene que dé mi opinión sobre la humanidad o divinidad de Jesús cuando en realidad lo que importa es su principio? Ciertamente, que este hombre Dan Brown haya escrito una novela en base a situaciones más o menos ciertas, no es trascendente. No lo es, además, porque nadie sabe a ciencia cierta la verdad de los sucesos que narra. Quienes afirman que Jesús tuvo descendencia mucho hablan pero poco aportan en pruebas contundentes. Imagínese que ni siquiera se encontraron aún los manuscritos originales de los cuatro Evangelios reconocidos. ¿Cómo podríamos entonces aseverar otras cuestiones? Recién se debate si un minúsculo papiro de los Rollos del Mar Muerto (7Q5) hallado en la cueva número 7 de Qumran puede o no ser parte del Evangelio de Marcos. Lamentablemente el historiador judío Flavio Josefo poco es lo que nos ha dejado sobre Jesús y sus seguidores. Todo entra entonces en la faz subjetiva de cada uno de acuerdo con lo que ha leído, estudiado y aprendido y, más profundamente aún, en una cuestión de fe. En este aspecto, y como siempre, sostendré la necesidad de reverenciar a Dios. Quien es judío no abdique de su causa, porque su causa es grande; quien es católico sea más católico aún cumpliendo con el principio del amor. El que es Evangélico sea más Evangélico todavía honrando a Jesús. Que nadie deshonre su nombre con aparatosidades televisivas y sanaciones apócrifas o comercializaciones heréticas. Que exista un compromiso más grande con el amor, un compromiso más fuerte con Dios, eso es lo que está necesitando la humanidad de nuestros días. Cada uno desde su fe, trabajando arduamente por ella, estará trabajando arduamente por Dios que en definitiva es trabajar por un orden más justo. El mundo de hoy está atrapado en la incomprensión, intolerancia, violencia, angustia y soledad. ¿Sabe por qué? Pues sencillamente porque nosotros, los seres humanos, nos fuimos por las ramas del Edén ocupándonos en discusiones frívolas, propósitos absurdos y metas intrascendentes manteniéndonos alejados e indiferentes ante el gran principio: amar, amar sin remisión. De manera tal que dar una opinión, aseverar algo, sería irrelevante ante la sublime y gran necesidad de aplicar el principio mosaico y evangélico de nuestros días. Lo que no es temerario, mi querido Inocencio, es exhortar a los hombres a cumplir con el mandamiento de Dios establecido en La Torá y refrendado en todos los Evangelios, incluidos los apócrifos: amarás a Dios con todo tu corazón con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo. En esta pirámide, en este triángulo divino se conjugan Dios, el prójimo y el "Yo" en el marco del más sublime de los sentimientos que posibilita alcanzar los propósitos más nobles. No me cansaré de decir que el ser humano en lo individual y en lo colectivo se salvará con el amor y nunca apartado de él.
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