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 viernes, 30 de enero de 2004

Editorial
Los hijos de desaparecidos

La Argentina tiene plena y definitiva conciencia de que el peor ciclo de su historia como Nación transcurre entre el 24 de marzo de 1976 y el 30 de octubre de 1983, cuando la asunción del democráticamente electo presidente Raúl Alfonsín puso término a la más siniestra de las dictaduras que haya padecido la patria. De todos los males generados en ese período aciago, el más funesto, el más dramático, el que no tiene olvido ni encontrará consuelo, son sin duda los desaparecidos. Por tal razón resulta halagüeño que el pasado miércoles se difundiera una noticia grata en relación con esa auténtica tragedia colectiva que tan profundamente golpea, aún hoy, a la sociedad nacional: la recuperación de la identidad de un nuevo hijo de detenidos desaparecidos que había sido apropiado ilegalmente durante el autodenominado "Proceso". Juan Cabandié Alfonsín, de 25 años, se convirtió así en el eslabón número setenta y siete de una cadena que, tristemente, se encuentra aún demasiado lejos de encontrar su término.

Sin embargo, pese a que la ciclópea tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo aún posee la mayor parte por cumplir, cada hallazgo, cada éxito que se concrete en tan duro y espinoso camino amerita el reconocimiento de la ciudadanía.

Damián Cabandié -el papá de Juan, cuyo verdadero nombre no se ha difundido públicamente por cuestiones de seguridad- fue secuestrado el 23 de noviembre de 1977 cuando salía de su trabajo y su esposa Alicia Alfonsín, embarazada de cinco meses, sufrió idéntico destino casi de inmediato, cuando fue allanada la vivienda que ambos ocupaban en el barrio porteño de Congreso. En marzo de 1978, en la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada, nació Juan. Qué sucedió con sus padres puede suponerse, pero continúa siendo un doloroso enigma: mientras tanto, él ya camina por las calles del país como dueño de su verdadera identidad y su propia historia.

La decisión política que impera a todos los niveles del actual gobierno nacional -comenzando por el más alto- ha contribuido y contribuirá significativamente al progresivo esclarecimiento de los hechos de un atroz pasado, que la inmensa mayoría de los argentinos no querría jamás repetir. Las heridas abiertas en el cuerpo de la Nación tardarán por cierto en cerrarse, pero el único modo en que podrán cicatrizar es a partir de la verdad y la justicia.

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