| domingo, 25 de enero de 2004 | Educación: ¿Valores en crisis? En el "Soneto a mamá" dice Serrat que "no hay que confundir valor y precio". Se los conté a mis alumnos del turno mañana, y uno de noveno me dijo: "¡Claro! El precio es siempre artificial, en cambio el valor es natural!". ¡Y yo que pensaba que los adolescentes no sabían nada de valores!
Vivimos en una sociedad "ista": facilista, egoísta, exitista, consumista, materialista. Y en el medio están ellos: los jóvenes. Por eso les propuse hacer un trabajo relacionado con la búsqueda de esos valores en el mundo cotidiano. Entonces pensamos en los medios gráficos de comunicación. Al proyecto lo bautizamos "A la caza de valores en el diario".
La primera tarea fue saber de qué hablábamos cuando mencionábamos la palabra "valor", pero como ellos la tenían reclara, avanzamos hacia las páginas de reconocidos diarios tratando de encontrarlos.
La lista la hicieron Marianela, Noelia y Fabiola (Martín no quiso participar, aunque lo invitaron): respeto a la vida, tolerancia, solidaridad, verdad, igualdad, justicia, libertad y ética. Sabíamos que una lista de valores siempre sería incompleta, arbitraria y subjetiva.
Uno de los que apareció con mayor frecuencia fue el de la solidaridad (recordemos que, a partir de las postrimerías del siglo XX y de los inicios del XXI, se agudizó el uso de la frase "seamos solidarios").
Juntos debatimos el concepto de la palabra y descubrimos que, en la mayoría de los casos, eran campañas que se hacían después de que el problema había estallado: dar de comer a gente desocupada y a personas desnutridas o acercar ropa y víveres a inundados. "No hay campañas solidarias antes de que ocurran los desastres para evitarlos", dijo Sebastián.
Observamos que la solidaridad es figurativa en la sociedad, ya que no se pone en práctica en casos como defender al prójimo en la vía pública o contribuir con la justicia para denunciar corrupción.
Rosa comentó que a ella le robaron la bicicleta delante de dos amigas y que "ninguna de las dos hizo nada".
También hablamos de la solidaridad cristiana y la comparamos con la que se ejerce cotidianamente: la gente da lo que le sobra, lo que no le hace falta. Esta forma de dar, según la enseñanza católica, no es verdadera porque no duele. No se siente.
Buscamos durante tres meses. El resultado fue que no había tantos valores como esperábamos encontrar. Sin embargo, el tiempo que duró el proyecto nos sirvió para conocernos más a partir del diálogo: ejercitamos valores como el respeto a la opinión ajena y el derecho a decir lo que pensamos y a ser escuchados. Acordamos que los transmisores de valores no son por sí solos ni los libros, ni los padres, ni la sociedad, ni los profesores de formación ética y ciudadana.
Coincidimos en que los valores no se aprenden, se viven, se ejercen, se muestran. Quizás para que otros los copien de nuestras actitudes. Los jóvenes dicen que se los culpa a ellos de muchas cosas, pero que no se sienten responsables de la crisis de valores de la que hablan los adultos sabelotodo.
Cuando refresco los recuerdos de aquellas conversaciones vuelve a aparecer en mi cabeza la idea de que la palabra crisis para los chinos tiene dos ideogramas: uno significa desastre, y el otro oportunidad. ¿Será que los adolescentes -cuando hablamos de crisis- piensan antes en la oportunidad que en el desastre? Si es así, ¡cuánto deberíamos aprender de quienes adolecen! ¿No será hora de empezar a dejar de hablar de crisis para hablar de la construcción de una sociedad más equitativa para todos?
¿Desde dónde hay que hacer esta tarea: las escuelas, las calles, el hogar? Ningún lugar debe desestimarse, ninguna herramienta debe menospreciarse. Siempre recuerdo la frase de Eduardo Galeano, en un texto breve, donde el escritor uruguayo sostiene que "los derechos humanos tendrían que empezar por casa". Parafraseándolo me animo a decir que también "los valores tendrían que empezar por casa".
Confío en la gente, por eso hoy siento que mi confianza está puesta en los jóvenes que pueblan las escuelas de la República Argentina. Después de todo creo que este país debe apostar a ellos porque son el futuro. Y el futuro no tiene por qué asustarnos: el futuro es incertidumbre no miedo; es camino no atajo; es luz no tiniebla; es oportunidad no desastre. Y además, esconde el mensaje de la utopía. Y utopía significa esperanza, pero también fe y confianza. No lo olvidemos.
Marcela Ruiz
Profesora de lengua y literatura
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