| domingo, 25 de enero de 2004 | Cine/Crítica Los estrenos bajo la lupa de Escenario Fernando Toloza / La Capital . "Río místico": La soledad del destino común ****
Intérpretes: Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon.
Dirección: Clint Eastwood.
Género: drama.
Duración: 137 minutos.
Salas: Monumental, Siglo y Village.
Clint Eastwood se propuso filmar una película para dejar sin aliento. Lo consigue sabiamente aunque en algún momento se le escape un apunte pretencioso como un guiño a la gran tragedia shakespeariana, a la historia de personajes que justifican sus atrocidades en la fuerza de voluntad y en su convicción de que son reyes. Aunque también el gesto puede ser visto como una declaración de principios: la vida se arma en base a errores, a decisiones incorrectas, injusticias, misterios y un salvaje conocimiento de que para cada ser humano no hay nada más importante que la propia persona.
El filme comienza con el secuestro de un niño por dos pederastas. Sus pequeños amigos ven cómo se lo llevan en un auto. Luego de cuatro días logra escapar, aunque la vida ya no será la misma para él. Se convertirá, como lo dice él mismo ya adulto, en un vampiro, un hombre lobo: se ha transformado en esa maldición. Del pequeño que fue, no queda nada, o apenas un par de letras de su nombre, escritas en el cemento gastado de una vieja vereda.
Eastwood rodó una película rigurosa, con el tono de los grandes clásicos. Siembra la duda y crea personajes a los cuales no es fácil condenar, pero tampoco salvar.
Por momentos, el tono de la película recuerda a la narrativa de James Ellroy ("Los Angeles al desnudo" y "La dalia negra") por su parquedad e intensidad simultáneas, sin embargo Eastwood indaga más profundo, o más variado: las pasiones puestas en juego van desde la ira hasta la delación (una pasión con siglos de historia).
Para que "Río místico" se convierta en la gran película que es, el trabajo actoral fue fundamental. Todos aciertan, pero Tim Robbins y Sean Penn componen lo mejor de esa galería de almas torturadas, por un lado, y almas secas, incapaces del llanto o el arrepentimiento, por el otro.
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