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 domingo, 18 de enero de 2004

Del "que se vayan todos" hasta el fin

Orlando Verna / La Capital

Las asambleas populares emergieron en el horizonte político paridas por el rechazo a las formas tradicionales de hacer de la clase política argentina. Aunque a la efervescencia inicial y a la inscripción del famoso "Que se vayan todos" le siguió una búsqueda identitaria que en algunos casos no se concretó y les firmó el certificado de defunción. Fueron casos disímiles estudiados en profundidad por los expertos. Cinco de ellos, que participaron del VI Congreso de Ciencia Política realizado en Rosario sobre el fin del año anterior, analizan vida, obra y muerte de las asambleas barriales en Rosario y Buenos Aires.

Alberto Ford, docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y doctorando de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), trabajó sobre una pregunta: "¿Qué pasa después de la ruptura del contrato de representación? Comentarios que surgen de la observación de los casos en Rosario". El especialista estudió las formas de participación después de la crisis de 2001 en el distrito sudoeste de Rosario, exactamente las asambleas barriales y las reuniones de Presupuesto Participativo.

Para Ford cuatro (heterogeneidad, representación, captación y particularismo) son los problemas que debieron afrontar los partícipes de estas nuevas formas de participación política y, en algunos casos, la falta de resolución de esos inconvenientes llevaron a las asambleas a su disolución. "La diversidad de las personas que se acercaron a las asambleas hizo imposible un discurso homogéneo y una delimitación puntual de los temas a discutir", aclaró para ilustrar el primer punto. Sobre el segundo especificó que todos los grupos se preguntaron sobre quién y cómo se decide sobre los asuntos de agenda. "El problema llegó con las asambleas interbarriales". Ahora, ¿se participaba como agrupación con un delegado mandatario o cada uno debía expresarse individualmente? El debate nunca terminó. La captación, el tercer problema, se hizo importante cuando comenzaron las sospechas de manipulación. "Yo creo que hubo algunos intentos, pero no fueron exitosos. Hubo influencia, pero no captación (hacia formas poco claras o bien en ese momento defenestradas de acción política)". Finalmente el particularismo o las preocupaciones individuales resultaron difíciles de articular en el discurso asambleísta.

Haciendo un resumen de la herencia dejada por las asambleas, Ford rescató el pasaje hacia formas más dialogadas de construir política, aunque destacó una presencia aún marcante en las reuniones de un gran sensación de intolerancia por el decir del otro. Además, el experto subrayó como positiva la construcción de nuevas redes de acción social y política entre asambleas y con otras instituciones. Finalmente evaluó que si bien en algún momento pretendieron limpiar de un plumazo el escenario político argentino, los mecanismos representativos tradicionales no fueron reemplazados por estos u otros grupos.


Movilización vecinal
Por su parte, en su investigación llamada "Construcción política, territorialidad y militancia en las asambleas barriales de Buenos Aires. Un proceso de configuración identitaria", Carolina Schillagi, una rosarina residente en Buenos Aires y master en políticas públicas por la Universidad de San Martín (Unsam) y la Universidad de Georgetown, Washington, EEUU, insiste en ubicar a las asambleas en el campo de las formas emergentes de movilización social y descartar el campo de la protesta social, que va más allá de determinadas demandas o reclamos.

Los ejemplos observados fueron uno en el sur y otro en el centro de la Capital Federal, exactamente en los barrios San Telmo y Balvanera. Dos casos muy distintos, aclara, que confrontaron en su construcción política ante la posibilidad, o no como en el segunda asamblea estudiada, de conseguir un espacio donde continuar con sus actividades. Mientras que ésta prácticamente se vació, la de San Telmo continúa con algunos emprendimientos autogestivos, como un comedor comunitario.

Schillagi prefiere dividir la historia del movimiento asambleario en dos, desde finales de 2001 hasta la primera mitad de 2002 y después, para reconocer las demandas expresadas por los vecinos. "Las primeras reivindicaciones eran claramente de carácter general, social y hasta cultural, como la interpelación a los modos tradicionales de hacer política, a los partidos políticos y a la clase política en general. Esa generalidad se fue particularizando en el segundo período". Según la especialista, este cambio se debe a "la transformación que tuvieron los mismos vecinos que se fueron convirtiendo lentamente en asambleístas". Es decir, un proceso de diferenciación con los otros grupos sociales como la Iglesia, los piqueteros o las otras asambleas, "en una evidente búsqueda de su identidad política".

Aunque Schillagi se detiene para hacer una aclaración con respecto a las miradas superficiales del fenómeno que lo calificaron de "antipolítico. Es verdad que en un principio el «Que se vayan todos» era una consigna antipolítica y antiestatal. Pero era antipolítica en contra del accionar de los partidos que incluye a varias instancias institucionales, donde se practica la política. Si ese término se hace extensivo a los movimientos sociales, no es una consigna antipolítica. La construcción de los asambleístas es política todo el tiempo".

En el momento de la evaluación de los resultados conseguidos por las asambleas, la rosarina descartó un "análisis resultadista", como el de los partidos políticos tras una elección a través del conteo de votos y de la captación de adherentes. "Lo más rescatable es el entrelazamiento conseguido por las asambleas entre lo político y lo social. Esto es, de dotar de un nuevo sentido al hacer colectivo, de restituir aquellos lugares de sociabilidad que quedaron muy debilitados por la década del 90". Así, expuso las relaciones que tejieron con organizaciones sociales como piqueteros u otros movimientos de trabajadores desocupados.


Acción solidaria
Asimismo, Marina García, de la Universidad Nacional de General Sarmiento (Ungs), posó su mirada sobre dos asambleas porteñas, una del barrio Villa Crespo y otra de Palermo. Ninguna funciona ya como las concibió la decadencia del gobierno de De la Rúa. Aunque esta última sobrevive gracias a un vástago: un proyecto de su comisión de cultura se implementa en el Centro de Participación y Gestión de Palermo. La de Villa Crespo fue desalojada de un predio del Banco de la Provincia de Buenos Aires que le servía de habitat y los pocos vecinos que quedaban no resistieron. En general, "algunas asambleas han sobrevivido como asambleas y otras se han convertido en movimientos contraculturales, por ejemplo, en las formas del hacer político", sostiene García, alentando además una mirada romántica del mandato histórico de las asambleas. Su trabajo se denomina "Clases medias y nuevas formas de movilización social. Las asambleas barriales, esas delicadas criaturas" y en esa investigación concluyó: "Hubo cuestionamientos de la agenda social que fueron instalados por las asambleas. Por ser vecinos de sectores medios, por ejemplo, uno de los grandes temas que impusieron fue el de las empresas de servicios públicos privatizadas. Fueron las que se movilizaron para protestar por las tarifas y los servicios". Más allá de las evaluaciones políticas, García cree que las asambleas sirvieron además como un colectivo integrador de la destrozada red de contención social posmenemista. Y recuerda el ejército de cartoneros que transitaban Buenos Aires desde las 6 de la tarde y hasta la madrugada. "Las asambleas manifestaron su preocupación por darle una mano a quien la estaba pasando muy mal. Los mismos sectores medios que en los 90 se habían metido puertas adentro lograron establecer vínculos con los sectores marginales de la ciudad. Con un plato de comida o un par de zapatillas, pero lo lograron, acortaron una distancia que parecía absoluta. Las asambleas fueron espacios de cruce social".

Finalmente, Miguel Angel Ferraro, de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), es autor, con Alejandro Coronel, de la Universidad Católica Argentina (UCA), de "Los nuevos movimientos sociales: el caso de las asambleas barriales en Buenos Aires".

El documento se construyó con datos provenientes de las asambleas de las zonas de Almagro, Balvanera, San Cristóbal, Caballito, Palermo, Pompeya, San Telmo, Villa Crespo y Villa Mitre.

Según Ferraro, lo inédito de la experiencia es que las asambleas no tuvieron solamente como interés primario servir de instrumento canalizador de las demandas sociales sino el de transformarse ellos mismos en los organismos gobernantes de la ciudadanía, reemplazando a los ya existentes, al menos en el nivel inferior del Estado, léase a nivel municipal.

Para el experto, las asambleas "sirvieron para reconstituir el tejido social en Argentina" luego de la etapa recesiva en ese campo que se dio en los años 90. Reconociendo que había una gran diferenciación entre los actores sociales participantes de estos órganos, subrayó la intención de buscar soluciones a los problemas no de forma individual sino colectiva. "El problema de los ahorristas, por ejemplo, era un tema que se instaló como de índole colectivo. Todos se dieron cuenta que había otros con el mismo inconveniente", abonó.

Ferraro hizo hincapié en manifestar el germen sembrado por las asambleas, ya que, si bien algunas dejaron de funcionar, se reprodujeron en otras organizaciones sociales como ONGs, grupos de autoayuda o asociaciones civiles. Por otro lado, no adhirió a la idea de que las asambleas hayan sido un fenómeno masivo, sino particular de cada barrio. Por último, y sobre el fin del fenómeno, aclaró que la "institucionalización" de las asambleas fue como "una profecía autocumplida": "En definitiva sobrevivieron aquellas asambleas que consiguieron un status institucional, una inercia que terminó desvirtuándolas. Ninguna institución puede madurar sin organizarse ni nombrar a sus representantes".

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