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 domingo, 18 de enero de 2004

Variaciones en negro: La lógica falsa y la impertinencia

Hernán Lascano / La Capital

"Cualquier respuesta a una pregunta no pertinente -dice un principio aristotélico- es una respuesta impertinente". El razonamiento aparentemente deductivo muchas veces se construye con trampas que conspiran, precisamente, contra la pertinencia de lo que se afirma. En criollo: se parte de una creencia errónea y se postulan conclusiones inevitablemente erróneas. En lógica este procedimiento produce un defecto que tiene un nombre: se llama falacia.

La falacia es un razonamiento que parece válido, aceptable y convincente pero que viene con un defecto de fábrica que, en realidad, lo torna inválido, inaceptable e inconvincente. Aunque, la mayoría de las veces, no a primera vista.

Veamos algunos enunciados como ejemplos. "Las organizaciones de derechos humanos defienden a los criminales y no a las víctimas". O, para ir a la pregunta no pertinente y sus resultados derivados: "¿Qué liga de derechos humanos se presenta ante la comisión de un delito para defender a una mujer violada o a la víctima de un delincuente"?

Vale la pena detenerse en estos enunciados porque generan una adhesión rápida. En una comunidad degradada socialmente, la inseguridad suele atribuirse más ligeramente hacia sus emergentes: las conductas delictivas. Estas conductas, generadoras de indignación, inquietud y angustia, tienen un claro marco de sanción: la ley. Y un ámbito para la vigencia y aplicación de la ley: las instituciones republicanas. Entre los brazos de sus poderes se encuentran la policía y las instituciones penitenciarias.

El problema es cuando la ley es violada en las instituciones nacidas para hacerla cumplir. Cuando personas inocentes hasta que se demuestre lo contrario son maltratadas, privadas de derechos, apremiadas físicamente en los institutos del Estado. Es para contribuir a denunciar y erradicar esas prácticas -vigentes, atroces, ilegales- que existen los organismos de derechos humanos.

Aunque lo hacen miles de veces, la función constitutiva de estos organismos no es defender, por ejemplo, a la víctima de una violación cometida por un sujeto civil. Para eso, luego de un larguísimo proceso de constitución, está el Estado. Esto no significa, como está falazmente deslizado en la pregunta impertinente del ejemplo, que los organismos humanitarios sean insensibles ante este tipo de delito o les importe menos. Pero frente a los incidentes criminales entre partes civiles impera el Estado.

Cuando el que viola la ley tiene a la vez la facultad de aplicar la ley, entonces la víctima puede quedar inerme ante la ley que aplica el violador. Eso pasó, por ejemplo, en julio de 2002, cuando una chica de 16 años denunció haber sido violada por tres agentes estatales en una comisaría rosarina. La chica no era, como dice el razonamiento falaz, un delincuente. Pero recién tuvo amparo estatal cuando intervinieron los organismos de derechos humanos. Por las dudas: un delincuente no habría merecido lo que le pasó a este chica en una repartición del Estado.

El intendente de Venado Tuerto, Roberto Scott, fue quien en su condición de funcionario del Estado lanzó, la semana que pasó, la que se presenta como pregunta no pertinente. Scott inquiere: ¿Por qué una liga humanitaria no cuestiona la comisión de un delito en el ámbito extraestatal? Decir que porque no es su función sería una respuesta incauta, impertinente, porque pereciera que, entonces, ellas consienten el delito.

Será mejor impugnar a esa pregunta por falaz. Tan falaz como decir que la policía "trata tan bien a los delincuentes como si fueran niñas de 15 años". En rigor Scott debería pedir eso, porque el maltrato lo castiga la ley. Ocurre que la lógica deductiva de Scott, sobre todo, arranca con una proposición falsa. Porque los tribunales de toda la provincia y las delegaciones de la Defensoría del Pueblo están atiborradas de denuncias de torturas y humillaciones a detenidos que muchas veces -lo que no es más o menos terrible- no son declarados culpables de delitos. Por lo tanto los dichos de Scott, a este respecto, están montados en falsas premisas. En defectos que llevan a conclusiones no menos falsas.

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