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 domingo, 18 de enero de 2004

Interiores: Normales

Jorge Besso

La normalidad es una suerte de hipercategoría, bastante difícil de definir y precisar. Dicha dificultad no impide para nada los usos y abusos de una referencia imprescindible a lo normal para la vida cotidiana, tanto en las casas como en las instituciones, aunque en el fondo sea más o menos imposible consensuar qué se entiende por normal y por normalidad.

El de los normales es un club muy interesante a pesar de la generalizada sospecha de que se trata de gente muy poco divertida en el supuesto, también generalizado, de que el normal es un ser más bien aburrido, mesurado en todo, y muy especialmente en sus pasiones, con un ligero descontrol nada más que en los orgasmos. El aburrimiento vendría a ser el costo de pertenecer a la normalidad, costo más bien relativo, ya que el normal estrictamente hablando, no se aburre, su forma no es la bipolaridad, su estilo no es, o la altura o el abismo, sino que lo suyo es más bien la meseta. Lo que a veces en economía se llama "hacer la plancha", esto es, mientras el agua pasa, en este caso la vida, el "ser en plancha" sigue más o menos en el mismo lugar hasta dando la suprema impresión de que se baña siempre en el mismo río, para la desesperación de Heráclito y para la alegría de Parménides. Es que el filósofo griego citado en primer lugar tenía fama de enigmático y chapa de oscuro, al punto que así lo llamaban, y era por lo que parece proclive a largas frases para dejar pensando al auditorio, es decir, en aquel tiempo, para los que andaban por el ágora.

Como por caso el que decía que, "nadie se baña dos veces en el mismo río", aludiendo a la movilidad de las cosas, para lo cual nada mejor que metaforizar con el río lo cambiante de dichas cosas y también de las circunstancias, y eso que el griego no conoció el Paraná, porque podría haber conocido un río de verdad, y además comprobar tanto las variaciones de superficie como de fondo que se producen constantemente en el gran río. En cambio el otro griego, Parménides, era un pensador de la estabilidad, casi más bien de la inmutabilidad del ser, es decir que sólo verdaderamente "es" lo que no cambia, en cierto modo lo que permanece idéntico a sí mismo.

Estabilidad o cambio es una polémica de toda la vida, con toda probabilidad en todos los ámbitos, es decir económicos, políticos, académicos, amorosos, deportivos, profesionales y demás, pero también es una opción, en cierto modo, un cruce de caminos que cada cual tiene que enfrentar cada tanto en la vida. De cómo decida en esas circunstancias claves dependerá que ese alguien se incline más hacia la normalidad o hacia la enfermedad, a veces por cambiar, a veces por no hacerlo.

Ahora bien, lo interesante del club de la normalidad o de los normales es preguntarse quiénes son miembros de pleno derecho, y quiénes no, pues en el fondo o en la superficie la gran mayoría de los humanos vivos y de los humanos muertos se consideran, o se consideraban normales, según donde habite uno, si en la movilidad de la vida o en la estabilidad de la muerte.

En suma es un club al que pertenece o perteneció casi todo el mundo con méritos o sin ellos, y para peor, que tiene la potestad explícita o implícita, en el momento que sea, de expulsar de sus filas a uno cualquiera de sus socios que en forma momentánea o definitiva, pasa a formar parte de un club más pequeño, pero no selecto, que es el de los locos o el de la locura. Como se sabe el problema de este último es que con mucha facilidad y probabilidad, podés quedar como socio vitalicio, adentro para siempre y afuera de todo.

Con respecto a lo normal nuestros amigos de la Real Academia utilizan en la primera y la tercera entrada la fórmula del "dícese", que no deja de ser una forma de no involucrarse demasiado, ya que más bien transcriben lo que se dice de algo, en este caso lo normal, más que el concepto o significado que está en juego. Viniendo de quien viene, es decir de los que pretenden normar la lengua no es poca cosa, en tanto normar la lengua es probablemente una de las mayores paradojas humanas: un imposible imprescindible. Es imprescindible la referencia a una norma, pero nada cambia tanto como una lengua. Como el río. Río abajo o río arriba de una lengua se pueden constatar los incontables cambios, ya sea que se tome o se retome un rastro etimológico, o bien que se asuman las novedades que el habla crea e instala en la lengua.

En cuanto a normal el diccionario mayor dice: "Dícese de lo que se halla en natural estado" y en la tercera entrada: "Dícese de lo que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano". La primera formulación es de una vaguedad típica, pues suponiendo que natural estado es lo mismo que estado natural, de todos modos no es mucho lo que decimos, ya que perfectamente podemos hablar del estado natural de una enfermedad. En cambio el segundo dícese se la juega y saliendo con los tapones de punta sentencia: es normal lo que se ajusta, por su naturaleza forma o magnitud a normas previas.

Cada día el humano tiene la enorme tarea de ajustarse aun en vacaciones, ya que justamente para esto no hay vacaciones, a lo sumo las transgresiones permitidas como pequeños robos, o las infidelidades más o menos disimuladas. Es que el mencionado humano es un desajustado en potencia, o bien en acto y más allá de los conflictos o de las tragedias, en el fondo no está mal. Es decir, no está mal que tengamos un fondo indomesticable. Es una esperanza frente a tantos ajustes domesticadores, ya que muchas veces lo normal y la normalidad suelen ser una enfermedad social.

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