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 sábado, 13 de diciembre de 2003

Reflexiones
No es un sueño... ¡20 años de democracia!

Jack Benoliel

"Nada es tan justo, como la democracia puesta en acción". Que sirva de introito una frase de José Martí, que vivió y murió por la libertad de su patria y la de América.

Veinte años de democracia es un hecho auspicioso que invita a reflexionar. Es que la faena de la democracia debe ser incesante, como las pulsaciones de la vida. Esto reclama de todos, pero especialmente de los que ostentan cargos públicos como fruto de la democracia, tratar de cimentarla, no de degradarla; enaltecerla, no ofenderla; honrarla, no ultrajarla; vivirla, no herirla. Cuando se la hiere, sangra el país.

El concepto de democracia desborda el significado etimológico de "pueblo-autoridad". La expresión gobierno del pueblo carece de significación como finalidad en sí. Recién vuela en trascendencia, cuando es el medio para servir al pueblo, cuyo denominador irreemplazable es la inviolabilidad de la persona humana.

Democracia es forma de gobierno. Pero también es volumen social. Forma y volumen en íntima interdependencia. La democracia política puede asfixiar al individuo si no se basa en la democracia social. Y la democracia social puede ser instrumento de atropellos si no se ampara en la democracia política. En esa incesante pugna de fuerzas, se juega la dignidad del hombre. Y a veces, hasta su misma vida. Es que de ese equilibrio de poderes depende la existencia del individuo como tal, ya que existencia es expresión dinámica y no solo subsistencia vegetativa.

Insistimos en lo individual, por resistir su despersonalización en "masa humana", antítesis de la "sociedad humana", negando las fuerzas que tienden a sumergir al hombre en la candente lava donde se hace del hombre un instrumento del hombre.

J.P. Forner generalizó cuando debió salvar excepciones. Nos dice: "Una democracia es un campo de batalla donde la ambición de pocos jefes se disputa a palmos la facultad de subyugar al pueblo a costa de la inquietud, y, a veces, de la sangre y la miseria del pueblo". No siempre es así. Pero a veces, entre nosotros, fue así. Y lo sufrimos. No lo sería nunca si se dejara el surco ciudadano exento de las malezas que atacan los frutos dignos y bellos de la democracia. No lo sería nunca, si ese surco tuviera la inspiración y el amparo de ese Sol radiante que emana de la Constitución nacional.

En "Carta a los herederos", Antonio Gala

-que al no tener hijos considera a todos los jóvenes como sus herederos-, les dice: "Os recuerdo una verdad: lo común no es que la democracia no sea de nadie, sino que es de todos pero de uno en uno". Y les aclara que no es una panacea, sino una costosa posibilidad; no un hallazgo, sino un propósito continuado; no un regalo, sino un aprendizaje; no una imposición, sino algo que crece de abajo a arriba y de dentro a fuera; no un bien que se defiende con armas, sino con el convencimiento y la generosidad; no una improvisación, sino el final de un camino de dudas; no un objeto que se adquiere con dinero, sino con la formación y la constancia. "No la deis por hecha. Igual que la vida y el amor, no termina de hacerse. Os atañe tanto como el futuro".

No pocos gobernantes, confundiendo roles, la lesionan, causando males que a veces son irreparables. El recurso que nos queda, es la crítica valiente y al mismo tiempo moderada. Dice Octavio Paz: "Sólo la crítica puede limitar los extravíos de un poder embriagado de sí mismo".

Aristóteles conoció a la democracia en la cuna y propició su crecimiento. Escribió para su tiempo y para la posteridad sentencias como ésta: "En la actualidad, debido a los beneficios materiales que se obtienen del ejercicio de la autoridad, se desea permanecer en la función pública; todo, como si el poder conservara siempre con buena salud a quienes lo detentan, por débiles que fueran; en dicho caso, es de esperar una tendencia masiva a ocupar empleos públicos". Lo escribió 300 años antes de JC. ¿No parece haber sido escrito en nuestro tiempo y específicamente para los argentinos? La historia reciente, nos da la respuesta.

Daría la impresión que la ética pregonada por el estagirita, se hubiera empantanado. Cuando se reclama mayor ética a la política, podríamos preguntarnos: ¿Y si se reclama mayor ética a los políticos? Sería un lógico camino para servir a la política y no servirnos de ella.

Juan Bautista Alberdi, nos dice: "Ni los presidentes de las repúblicas, ni los reyes de las monarquías, son jueces para decidir sobre formas de gobierno. Los unos y los otros son incompetentes porque son parte interesada, sin duda, la más interesada. Para el rey, la república es la pérdida de silla de soberano -el trono-; para el presidente, la monarquía es la pérdida de la silla de jefe supremo del Estado. Que la silla se llame simplemente silla o trono, es lo mismo, porque es la silla del poder supremo, que apetecen con el mismo ardor el presidente y el rey".

Víctor Massuh en su libro "La Argentina como sentimiento" dice textualmente: "Las dicotomías tajantes revelan que el mal argentino no es un hecho histórico, sino un estado del alma. Es el vacío del descreimiento". Y nos sugiere una tarea urgente, cual es, alcanzar la legitimidad que surge al subordinar la voluntad a una ética jurídica y constitucional. Y volvamos a sus palabras: "Cuando un ser humano descubre que su contradictor es una prolongación de sí mismo, que el único caudillaje auténtico es el que se ejerce sobre la propia voluntad y no sobre otros; cuando además comprende que la libertad es conquista de sus manos y no de una dádiva de los otros, en ese preciso instante, la democracia levanta su reino".

La historia de los últimos años nos obliga a pintar estas imágenes. Leí hace mucho un libro titulado: "A la verdad por el error", de Jaim Weizman. Que en nuestro país, los errores y males padecidos, nos lleven al fortalecimiento de la -hasta ahora- insuperable democracia.

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