| miércoles, 10 de diciembre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Algo triste,Candi, es no escuchar las campanadas de un templo cuando en el atardecer invitan a la misa o cuando anuncian el momento de la Eucaristía. Yo vivo muy cerca de la parroquia Santa Rosa de Lima y cada vez que en los crepúsculos me siento a escribir frente a mi ventana mientras observo cómo el día se desangra por el cielo y entre los edificios, muriendo lentamente, las campanadas del hermoso y remodelado templo me anuncian que si el sol se muere, una luz resplandece en ese momento en el corazón de los fieles. Yo no soy practicante, usted lo sabe, de todos modos ese mensaje de esperanza que llega desde la caja acústica del acero templado me conmueve, me dice con fuerza arrobadora: ¡Hay un mañana! Las campanas de un templo siempre fueron portadoras de buenas nuevas. ¿Se imagina Inocencio si todas las campanas del mundo de pronto comenzaran a tañir proclamando que un nuevo orden mundial se ha instaurado? El orden del amor, de la justicia, de la paz, del pan y del trabajo. ¿Se imagina si en Francia no hubieran existido esos majestuosos campanarios de París o los modestos y sublimes de la campiña que anunciaron con tremendas vibraciones y alegría que el monstruo de la guerra había sido abatido? La felicidad de entonces no hubiera sido la misma.
-Sí, tiene razón. Las campanadas de los templos siempre fueron conmovedoras. Recuerdo que cuando era chico me llenaban de esperanzas los dulces y potentes sonidos de las campanas de la Catedral en Navidad y el 31 por la noche. Anunciaban un nuevo ciclo en la vida de tantos seres. Para mí, para los que me rodeaban, las campanadas decían: "Adelante, que aún podemos".
-Me dio mucha pena leer ayer en La Capital que las campanas de la iglesia Perpetuo Socorro ya no puedan hablar, ya no puedan transmitir ese mensaje de esperanza. No por ellas mismas, claro, sino porque el mensaje provocaría casi el derrumbe de la torre. Una torre bellísima, una preciosidad de la arquitectura pero herida de muerte.
-Y no se entiende como aún las autoridades municipales, que tanto celo han mostrado por preservar ciertos edificios y hasta han impedido emprendimientos comerciales por la defensa de fachadas que muchos aún nos preguntamos si debieron ser defendidas como se hizo, no hayan tomado cartas en el asunto y no hayan dispuesto la colaboración para el arreglo de ese campanario.
-Bueno, afortunadamente en pocos días más estará al frente de la Municipalidad otro hombre, Miguel Lifschitz, y no dudamos que si la comunidad de la iglesia del Perpetuo Socorro pide socorro (¿me permite el juego de palabras?) el nuevo intendente se interesará por el tema. Como lo hará, me adelanto a decirlo, por cualquier edificio de cualquier religión. Porque aquí no se trata de socorrer a un templo católico, lo aclaro, sino de no permitir que se caiga cualquier templo, sea católico, evangélico, judío o lo que sea. Se me ocurre decir que los templos son hospitales, centros de asistencia de almas enfermas y de aquellas que aun estando sanas acuden a ellos a preservar esa salud espiritual.
-Y además, Inocencio, en este caso estamos en presencia de un patrimonio cultural. Yo no digo que la Municipalidad deba hacerse cargo de toda la remodelación, no, pero colaborar creo que es un deber de todo gobierno que se precie de sensato al momento de cuidar el patrimonio edilicio de una ciudad.
-¿Mire si los intendentes o alcaldes de las ciudades francesas donde los templarios construyeron esos majestuosos edificios se hubieran desentendido de la cuestión? ¿O si las autoridades inglesas se hubieran desentendido de las históricas abadías anglicanas?
-Bueno, pero como bien dice el sacerdote a cargo de la iglesia, aquí estamos en Argentina y en una ciudad en donde se permitió que la locura y la ignorancia arrasaran con edificios que eran paradigmas de la arquitectura, verdaderas obras de arte.
-Joyas irrecuperables que las generaciones futuras sólo podrán conocer por fotografías.
-Es que, no nos engañemos, Inocencio, hubo pocos gobiernos en la historia de los últimos cincuenta años de la ciudad que se ocuparon como corresponde del jardín y ya sabemos que cuando los alcornoques gobiernan las flores se marchitan.
Candi II
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