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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Análisis político
Cuatro años de sangre, sudor y lágrimas

Mauricio Maronna / La Capital

Carlos Reutemann se va del poder conservando su invicto electoral y dejándole el gobierno a quien se lo prometió en 1999, mientras recibía la banda y el bastón: Jorge Obeid. Durante sus cuatro años de gestión pasaron cuatro presidentes de la Nación, el ejemplo más concreto de un país que se bamboleó entre la irracionalidad y el abismo. "En esas condiciones, yo goberné desde el primero hasta el último día", es la síntesis que mejor le calza al Lole.

Esta primera lectura, que flota en la superficie tornándola evidente, es apenas el disparador para trazar un balance político (exclusivamente político) de un dirigente que pudo haber sido presidente con solamente decir "sí", y que no descartó hasta el mismísimo día de los comicios provinciales del 7 de septiembre decirle adiós a la política.

"Le aclaro una cosa: yo no tengo voceros ni operadores políticos. Para saber qué pienso de tal o cuál cosa deberá hablar conmigo", le aclaró a este periodista tras la victoria de agosto del 99, cuando se lo consultó sobre quiénes podían ser "fuentes autorizadas". Todo un fresco que define al personaje.

¿Qué candidato había ganado antes del 99 una elección prometiendo equilibrio fiscal, cuentas claras y declarando como consigna de campaña que el ajuste se debía "hacer por consenso o por espanto"? Reutemann lo hizo y, por primera vez, no necesitó de la ley de lemas para imponerse.

Honesto, austero y previsible a la hora de gestionar, probó el dulce sabor de las encuestas cuando la Argentina entraba en picada merced a la ineptitud de la Alianza gobernante, a la oscuridad del PJ bonaerense (que por entonces tenía en Carlos Ruckauf a su máximo exponente), al ingreso a los infiernos de Carlos Menem y al estilo empalagoso de José Manuel de la Sota.

Santa Fe, por primera vez desde las épocas doradas de Lisandro de la Torre, no era mirada como un antro de corrupción, animado por cooperativas, funcionarios presos, prófugos o acusados. Era el tiempo de los Tres Mosqueteros.

Cuidadoso de su imagen como pocos, Reutemann se convirtió en la figurita más difícil del mainstream mediático de la Capital Federal, pero lograba que sus declaraciones formuladas exclusivamente en diarios o radios de la provincia rebotaran como una pelota Pulpo en el frontón de las redacciones porteñas.

"De la Rúa tiene que hacer todo mal para no ser reelecto", trataba de espantar a quienes le hacían la enésima consulta por sus chances presidenciales para el 2003. Y De la Rúa hizo todo mal.

El desplome de las esperanzas en "la nueva forma de hacer política", traducida en la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez a la vicepresidencia y el suicidio final del gobierno mandando al corralito a quien había sido su base de sustentación (la clase media), volvió a poner en el centro del cuadrilátero a dos enemigos casi eternos: Menem y Eduardo Duhalde. El peronismo olfatea la cercanía del poder como un tigre a su presa: el PJ fue por todo apenas el esperpéntico De la Rúa dio la primera señal de tirar la toalla.

Mientras Ramón Puerta y Adolfo Rodríguez Saá caían como una sombrilla sobre la arena, Reutemann era vislumbrado por la inmensa mayoría de los analistas políticos como el candidato peronista que superaría las elecciones presidenciales como un mero trámite.

"No se puede ser presidente sin intervenir la provincia de Buenos Aires: ahí están todos los males de la Argentina", lucubraba en su campo de Llambi Campbell, mientras Duhalde esperaba su definición. "No tengo ganas de ser el Caballo de Troya que lleva escondido en su panza a toda la runfla de la política argentina", salcondimentaba, mientras el menemismo (y esto se hace público por primera vez) le exigía "que le levante la mano al Turco en un acto público".

"El Lole es solamente una esfinge o placebo", decían los intelectuales progres sobre el "huraño" gobernador santafesino. "Es un cajero automático: su administración solamente paga sueldos", chicaneaban los adversarios santafesinos. "No le va a dar el cuero para enfrentar a Menem: en el PJ es raro que los padres maten a los hijos", castigaba Elisa Carrió, quien, ni lerda ni zonza, quería verse en una final con el entonces sobreviviente caudillo riojano.

Mientras el país se empapelaba de bonos y el cronograma de pagos de los empleados públicos era un acertijo más difícil que el del Quini 6, Santa Fe era calificada como la "Suiza argentina" por el politólogo Atilio Borón.

Sin embargo, la feroz represión desatada durante el diciembre negro y el asesinato a sangre fría de militantes sociales en la provincia produjeron un quiebre anímico en Reutemann.

"¿Cómo pueden pensar que yo soy un asesino que mandé a matar a Pocho Lepratti? El que tiró fue una bestia humana (sic), pero me van a volver loco hasta el final de mi mandato", lucía inusualmente desconsolado una gélida mañana de julio del 2001 en un despacho de la Gobernación.

Ya había repetido su cadena de nones en la mismísima Casa Rosada, cuando "vio" que si aceptaba ser candidato a presidente su destino era quedar aprisionado por "las mafias" del menemismo y el duhaldismo. "Estos tipos son pesados y yo ando con cebita, y encima está mojada", graficaba por entonces.

"Haberle dicho que no a la presidencia me abrió una herida que no cerrará jamás. Nadie debería envidiarme por la situación que estoy pasando", confesaría el mismo día, cuando el analista Joaquín Morales Solá lo calificaba como el "De la Rúa del peronismo".

"No acepté la candidatura porque a la gente ahora le gusta escuchar otro discurso, el país se fue muy a la derecha durante diez años. Todavía no se comprende que arreglar esto costará sudor y lágrimas. Y que se necesitará mucho sentido común para salir del desastre", explicó en su momento a La Capital , cuando su pesadilla recurrente era: "Observar piqueteros apaleados por la policía o a mí mismo colgado en la Pirámide de Mayo".

Desde su cerrazón a largarse camino a la Presidencia hasta la catástrofe hídrica en Santa Fe, la administración provincial ingresó en su máximo letargo. El Lole comenzó a ir desde la cama de un hospital al living de su casa, somatizando la oportunidad perdida.

Su apoyo a Carlos Menem en las elecciones del 27 de abril parecía darle el certificado de defunción de la vida política. Algunos mendicantes de pautas publicitarias disfrazados de periodistas aseguraron que su destino era Cap Ferrat.

Créase o no, la decisión de Lole de salir a rescatar inundados en un bote junto a la solitaria compañía de un baqueano, sus largas noches sin dormir y la sensación de que fue el único político que "dio la cara" en los momentos más traumáticos (y cuando las cámaras de la televisión se apagaban) constituyeron la tabla de salvación para su futuro inmediato.

Es innegable que Reutemann salvó al peronismo santafesino de sucesivas derrotas electorales desde el 91 a esta parte, pero no es menos visible que lejos estuvo de formar su propio semillero, renovar la política desde su liderazgo y oxigenar a un partido que carga con la pesada mochila de ser gobierno desde hace veinte años.

Hasta el atardecer del 7 de septiembre pasado creía que el justicialismo sería derrotado por el lema socialista. Los resultados finales demostraron que se equivocó cuando se quejó amargamente de que los santafesinos no le reconocían haber puesto "la espalda" en los momentos en que el país se iba al demonio.

Desconfiado, solitario, decente y sin séquitos rodeándolo como un enjambre de abejas, Reutemann es, definitivamente, una rara avis en la política argentina. Pese a sus errores (que no fueron pocos), a su individualismo extremo a la hora de ejercer el poder y a la renuencia para formar equipos, constituyó una brisa de aire fresco para lo que era hasta su llegada la invisible provincia de Santa Fe.

Eso fue, ni más ni menos, lo que le reconocieron los casi 800 mil santafesinos que hace exactamente siete meses pusieron su boleta en las urnas.

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