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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Pareja: amores que sanan

Sergio Sinay

En otras épocas las pérdidas, desencuentros y separaciones entre amantes solían derivar en tuberculosis, trágicas anorexias (que no se conocían por ese nombre) o desequilibrios psíquicos. Morir de amor o matarse por esa causa era un final digno. Las "locas de amor" eran miradas con cierta indulgencia. La poesía, la literatura, después el cine, fueron bordando una aureola mítica en torno del amor fou (loco), hasta instalarlo en la realidad cotidiana y convertirlo casi en una locura deseable.

Esta idea tiñó nuestras creencias amorosas al punto en que, como escribió el suizo Denis de Reugemont (autor de "El amor y Occidente"), en nuestra cultura el amor feliz no tiene prensa. Veamos las grandes historias de amor que nos han conmovido durante siglos: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Camelot, Casablanca, o, más acá en el tiempo y en el espacio, "La tregua" o "Titanic". Ningún happy end entre ellas.

¿Qué tiene que ver esto con nuestros amores? Mucho. Ha instalado la creencia de que un amor es "más amor" si incluye fuertes dosis de incertidumbre, de sufrimiento, de dolor, de forcejeo. Nos ha convencido de que los grandes amores son como hogueras gigantescas que se alimentan de nuestro propio ser. Nos han metido en confusiones acerca de qué es amor y qué es pasión, nos hicieron embarullarnos con la idea de que la paz en un vínculo es sinónimo de rutina y que la armonía debe ser colocada bajo sospecha.

Así, pareciera que es preferible ser víctima de cualquier "mal de amores" a "no amar". Es relativamente fácil advertir que vivimos en una atmósfera de insatisfacción afectiva. Quien no se queja porque no encuentra pareja, lo hace porque está insatisfecho de la pareja que tiene. Para los hombres es imposible entender qué quieren las mujeres o tienden a generalizar respecto de que están "locas". Las mujeres se quejan de que no hay hombres o los ubican a todos bajo el rótulo de "fóbicos". Así, los mitos amorosos se agigantan y se hacen más inaccesibles mientras las realidades cotidianas de los vínculos se empobrecen proporcionalmente.

Estoy convencido de que esto nada tiene que ver con el amor. Entiendo por amor a una especie de operación matemática emocional en la cual la suma de uno más uno no da como resultado dos sino un nuevo número, inexistente hasta entonces, creación única e inimitable, producto de los sumandos. El amor es, en fin, la convergencia de dos energías diferentes que, enfocadas hacia un mismo horizonte, se integran y se potencian. Esto se llama sinergia. El amor es sinergia. Su función es reparadora, sanadora, estimulante.

Cuando se manifiesta así, el amor no es fuente de inquietudes, inseguridades, desencuentros, angustias, conflictos y batallas constantes. El amor no enferma. Sana. Por lo tanto, el tan mentado, poético y cantado "mal de amor" es simplemente un mal amor. O no es amor. Llamémosle obsesión, compulsión, negación, ceguera.

El amor cierto (nombrémoslo como buen amor), requiere la presencia, el compromiso, la responsabilidad y el aporte emocional de los dos que se aman. No basta uno para amar, en esa creencia empiezan muchos sufrimientos. Es de a dos. Dos que son diferentes y que en sus diferencias (de sexo, de historias, de orígenes, de sensibilidades, de vivencias y experiencias) tienen el capital más rico para la construcción amorosa.

El amor no es mágico, no ocurre ya. Darlo "por hecho", por sentido y por sentado, ponerlo en piloto automático, lo empobrece y lo seca. Amar requiere un trabajo fecundo y conjunto. Leo Buscaglia, que fue muy leído y citado pero quizá no del todo valorizado, decía que tener la capacidad de amar no significa tener la habilidad de amar. Todos tenemos esa capacidad. Pero la habilidad se desarrolla junto a otro, en un vínculo de buen amor.

Por supuesto, hay parejas felices, que ejercitan su capacidad de amar, amándose con atención, con respeto, con aceptación, con salud emocional. Hacen del amor una celebración y no un sufrimiento. Pero no suelen tener prensa. Y la merecen. Puede ser que a alguien le den envidia. Pero en muchos más producirán contagio.

(*) Escritor y terapeuta.

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