| domingo, 07 de diciembre de 2003 | Vínculos: el deseo del padre Marcela Nieczaj y Patricia Sangenito (*) El abordaje y estudio del deseo de un hijo no puede desconocer la posición del hombre en el rol de la paternidad. En estos últimos tiempos, la transformación del papel femenino modifica a su vez pautas y normas transmitidas culturalmente sobre valores que regían al mundo femenino y masculino.
El hombre, el ser masculino, en este orden patriarcal, poco puede expresar su deseo, y aunque esto está cambiando, se encuentra interceptado y atravesado por múltiples mandatos y pautas culturales, que dan como resultado la alineación del hombre y su deseo.
Una tradición de milenios marca rasgos que definen lo que culturalmente se valora como "masculinidad" y desde hace algunas décadas lo que se impone es develar esos mitos y prejuicios. Lo masculino es vivenciado popularmente desde el mito y por lo tanto desde lo inconsciente en las cualidades y atributos como la autoridad dominante, duro, racional, la valentía, la independencia, lo activo, agresivo, lo fuerte, la audacia, la seguridad y lo experto.
Con relación a la paternidad estas características se manifiestan como la capacidad de proteger proveyendo de alimentos o dinero mediante el trabajo: el padre es el que decide los destinos de una familia. Es la ley, el que impone los límites, es el que está en contacto con el mundo exterior, la realidad, lo social (es el que da el apellido).
En este mundo de orden patriarcal no hay lugar para el mero reconocimiento del deseo, mucho menos aún para la expresión y realización del mismo, todo gira en torno al cumplimiento del deber, del mandato social y cultural.
Un lugar de igualdad Hoy esto está cambiando, paradójicamente por las luchas feministas o de mujeres que pugnan por los derechos de su género, por las conquistas femeninas en el plano laboral, por su posición en la familia como jefas de hogares ante las nuevas necesidades económicas.
Esto permite al hombre "humanizarse", le ha permitido salvar su deseo, le ha facultado hacerse un lugar de igualdad con respecto de su pareja y compartir junto a ella el amor de los hijos prodigando a su vez -sin miedo a ser estigmatizado de "débil"- amor y cuidados tiernos a su descendencia.
Ser padre en esta sociedad implica necesariamente una ruptura con los preconceptos transmitidos por nuestros abuelos, y por ende una reestructuración psíquica. Es ser un hombre afectivo que comparte no sólo el trabajo fuera del hogar con su mujer, sino todo lo concerniente a los cuidados y crianza de los hijos, con total conciencia de su paternidad y en una relación de complementariedad con respecto al otro sexo.
Tomamos especialmente el concepto de complementariedad porque este se ordena a partir de la diferencia innegable entre el hombre y la mujer, entre el padre y la madre, y por otro lado deja en claro que se trata de dos seres que no son opuestos, sino complementarios, diferentes, y en tanto tales se desean.
En esta diferencia también se construye una red de vínculos diferentes entre el padre y el hijo de las establecidas entre la madre y su hijo, pero estos vínculos que en otras épocas aparecían claramente en dichas relaciones, debido a los complejos cambios sociales se evidencian en un proceso de construcción no acabado y de transformaciones acorde a las alteraciones culturales de los últimos tiempos.
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