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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Interiores: vivir de memoria

Jorge Besso

La memoria forma parte de nuestra vida de un modo fundamental, más que nada de nuestra existencia, ya que sin la memoria no sabrías quién es el que se levanta cada mañana, aunque sepas quién es el que se acuesta cada noche. En última instancia cada mañana todo empieza de nuevo y todo empieza de viejo, mientras que por las noches el principal aliado del ser es el cansancio, con o sin alguna bebida, y en lo posible sin ninguna pastilla. Cansancio sin el cual muchas veces es más bien difícil dormir, pero también lo es el despertar, pues probablemente es una de las cosas más difíciles de la susodicha existencia.

De modo que la memoria es un recurso y un aliado más que imprescindible, y sin embargo tradicionalmente no es de las facultades humanas con más prestigio, ya que la facultad top ha sido toda la vida la inteligencia, en cambio la memoria tiene fama de ser más bien el recurso de los burros. Nada más injusto. La memoria ocupa más espacio en la condición humana que la inteligencia, y de todos modos tanto la inteligencia como la memoria, las compartimos con los animales. La posible diferencia de grados y capacidad entre nosotros y ellos no es una explicación determinante, hay animales que parecen hombres y una gran cantidad de hombres que parecen animales. La diferencia está en que los animales viven de acuerdo a la memoria y a la inteligencia de la especie. Pero no se puede decir lo mismo de nosotros los humanos, que en términos generales hemos perdido hace ya mucho tiempo la memoria de la especie.

Salvada esta diferencia, resulta bastante notable que los humanos también vivamos de memoria, de una memoria cultural, colectiva, y a la vez particular, con lo que la inmensa mayoría de nuestros actos y encuentros son más o menos de memoria: cuando saludamos en el ascensor, o cuando saludamos en la esquina. Cuando saludamos en la oficina, cuando manejamos el auto, cuando saludamos en el hospital, cuando saludamos en cualquier lugar, pero más aún, cuando hacemos el amor o cuando jugamos con nuestros hijos, lo hacemos de memoria, y buena parte de los trabajos también son de memoria.

A esto habría que agregarle la cuota de nostalgia básica que todo humano tiene por definición ya que cuando recordamos los viejos tiempos dicho ejercicio suele tener un sabor especial, en todo caso grato. En cambio, tratar de imaginar los tiempos nuevos o por venir, más bien implica el riesgo de cierta inquietud, y como el maldito tiempo tiene la manía de no detenerse llega un punto en que el futuro se viste de negro, que es cuando la vida nos saca la tarjeta roja, o negra.

Se advierte entonces que somos bastante más memoriosos que inteligentes, pero como también somos contradictorios, quien más, quien menos, anda por los caminos del Señor olvidando todo tipo de cosas, lo que viene a querer decir olvidando tanto objetos, como sujetos. Es decir que el humano base vendría conformado más o menos con los consiguientes componentes:

u Inteligencia.

u Memoria.

u Olvido.

u Estupidez.


Claro está que a esta composición que más o menos viene de fábrica se le pueden agregar una amplia gama de adicionales como pueden ser talento, creación, generosidad, reflexión, valentía, amplitud y demás virtudes, además de los valores que sepamos conseguir. Sin olvidar de que podemos incurrir en virtudes y valores negativos, cuyo listado sería más o menos interminable y que pueden convertir al humano en un miserable, que es, con toda probabilidad una de sus peores versiones y modelos.
Vivir consiste, como de alguna manera se sabe, en adicionar y restar. Operaciones básicas que sería un grave error creer que son elementales, pues nada es más difícil en esta vida que sumar y restar, ya que la más de las veces sumamos lo que no tenemos que sumar y no restamos lo que tenemos restar. Los ejemplos son incontables y con toda seguridad cualquier hijo de vecino podría enumerar los indeseables que sigue sumando en su existencia, por lo general los mismos que nunca termina de restar, del mismo modo que no termina de desadicionar vicios, errores repetidos, síntomas y demás miserabilidades corrientes y muy bien distribuidas. En lugar de sumar virtudes.

En cuanto a la estupidez seguramente debe estar entre las cosas mejor distribuidas y al mismo tiempo entre las cosas que más nos cuesta asumir, pero nadie se salva, ya que es una suerte de punto ciego en la estructura de cada cual. Como ese punto e instante especial en el espejo retrovisor lateral del auto en que no podemos ver quién nos está pasando. Hasta que nos pasa. Y nos pasa a menudo.

Ahora bien, entre lo que vivimos de memoria y lo que vivimos de la memoria, no nos queda demasiado espacio ni tiempo para lo nuevo. Es que en términos generales el humano es un tanto reacio a lo nuevo: a los niños los cambios no les gustan demasiado, a los viejos mucho menos y respecto de todos los demás, en realidad, hacen casi siempre lo mismo, ya que si hay algo que se nos exige es que seamos previsibles. La misma previsibilidad que esperamos de los otros. En parte se agradece ya que nadie soportaría un ritmo de sorpresa diaria, más aún si consideramos que hay que incluir en la cuenta a las sorpresas negativas. Pero en el fondo, el humano es imprevisible. Mejor así. Es lo que nos diferencia de las hormigas y de los robots. Más aún, las propias creaciones humanas en última instancia son imprevisibles, incluyendo a las computadoras y sus sistemas que no dejan de ser bastantes ciclotímicas. La sorpresa es eso que en tiempo y espacio va más allá de la memoria, lo que nos permite no ser tan vacunos, y cada tanto salirnos del corral y ser creativos. No deja de ser una esperanza, ya que la mayor parte de los gobiernos, de las instituciones y de las empresas jamás se olvidan de no distribuir las riquezas.

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