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 domingo, 07 de diciembre de 2003

El cazador oculto: Un riesgo para la resistencia física

Ricardo Luque / La Capital

"No hay cuerpo que aguante", suspiró con la mirada perdida el hombre de saco azul, calva incipiente y gruesas gafas recetadas mientras se llenaba los bolsillos con los bombones de chocolate que repartía una promotora de enormes ojos negros y sonrisa pícara. Era el mediodía del viernes y el hall del Monumental estaba atestado de gente, y el hombre, a quien todos conocen pero nadie sabe quién es, goza del privilegio de ser un "colado" profesional. Sí, un Don Nadie que asiste sin que nadie lo invite a todas y cada una de las reuniones en las que, con cualquier excusa, se sirve comida y bebida gratis. La inauguración de la nueva sala del complejo de cines del centro fue la última escala de un raíd que había comenzado la tarde anterior en la presentación del disco del Chivo González en el Sunderland. Ahí vio los esfuerzos de Verónica Solina por disimular sus curvas ante la mirada indiscreta de un diminuto cronista que el día que se convirtió en abuelo abandonó la tintura para el pelo. También al Nene Vargas, con la nariz pegada al vidrio de la puerta y los ojitos húmedos, al darse cuenta de que lo habían dejado en la calle y habían cerrado con llave. La noche siguió con un asado servido por una privatizada. El hombre no quería ir (¡a quién se le ocurre invitar para un brindis con agua!), pero fue, y bien que hizo. Se dio el gusto de estrechar la mano de A.J., uno de los ídolos de juventud, y hasta preguntarle por Sandro. El animador, que cada vez se parece más a Steve Martin pero sin su gracia, le dispensó unos pocos minutos. Tenía que atender a los cronistas del interior que morían por hacerle una nota. El Turco Lotuf, que llegó tarde, con cara de pocos amigos y le tocó compartir la mesa con Llorente, se revolvía en la silla. Pobre. Ni el paso del tiempo galvanizó el ego. Todavía sufre cuando ve alguien más famoso que él. Don Nadie se hartó de tanta pavada y volvió al Sunderland, donde Marcelo Romeu había organizado su fiesta de despedida. Hamburguesas y bebidas "a la canasta". Un fiasco. Salvo por el monólogo con que el hombre fuerte de la Cultura de Hermes Binner repasó sus años gestión. Imperdible. Tenía un buen libreto, marcas de actuación y, ¡sorpresa!, un humor superácido. No es Seinfeld, pero para un lugarcito en Marca Cañón le da.

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