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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Cuando la vida vale un peso

Un peso. Ese es el importe con que se retribuye cada entrega a domicilio (ahora delivery) al motociclista que la realiza. Y allá sale poseído el centauro de nuestros días, a contramano, con escasos frenos y ningún mantenimiento, en muchos casos sin luz, sin cubiertas, irrespetuosamente ruidoso, obviamente sin casco y con su "caballo" que ha perdido el equilibrio debido a una desproporcionada alforja trasera. No existe el temor para nuestro moderno jinete; no existen lluvias, tránsito, peatones, calzadas, veredas, reglamentos, leyes y, menos aún, respeto. El, por ese peso, arriesga su propia vida y, lo que es más inaceptable aún, la de terceros. Seré muy breve: cinco responsables (muy cercanos a la culpa). 1) El Estado municipal ausente (poderes Ejecutivo y Legislativo); 2) El "Centauro" ciego por el dinero, obnubilado por una competencia corporativista casi suicida, y exhibiendo orgulloso su desprecio por la vida, galardón propio de una inexperiencia fatal; 3) El contratante (que en no pocas oportunidades ni cumple con sus deberes legales de contratación laboral del servicio); 4) Los padres del Centauro, por ausentes, por no haber podido conocer o transmitir el valor de la vida; 5) Y yo, por conformarme con escribir esta nota, creyendo que por apelar al pensamiento racional puedo modificar conductas que tienen origen -a no dudarlo- en la irracionalidad más absoluta. Veremos si puedo atemperar yo mi culpa, aumentando el compromiso y buscando nuevas vías, más efectivas en búsqueda de una convivencia basada en la lógica de los valores y el respeto comunitario. Pero, ¿quién puede hacer algo con los otros cuatro responsables, si parecen ni siquiera advertir que no hay vidas de un peso?

Guillermo Copello

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