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 domingo, 07 de diciembre de 2003

[Lecturas]
Claroscuros de Borges
"Textos recobrados. 1956-1986". Jorge Luis Borges. Emecé, Buenos Aires, 2003, 402 páginas. Edición de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi

Carlos Roberto Morán / La Capital

El presente es el tercer volumen de la serie "Textos recobrados". El primero apareció en 1997 y abarcaba el período de juventud del maestro (1919-1929), el segundo tenía que ver con su madurez de hombre y escritor (1931-1955) y este tercero y último nos permite el reencuentro con el anciano ciego, refugiado en el recuerdo y la oralidad. Estas exhaustivas -y suponemos que agobiantes- recopilaciones han estado al cuidado de Sara Luisa del Carril (en los tres casos) y de Mercedes Rubio de Zocchi (en los dos últimos tomos)

No puede pensarse en sorpresas cuando se trata del último Borges que vivió afincado en los mundos que conocía. Ciego, sencillamente no permitía que le leyeran libros nuevos, se hacía releer los conocidos y en su mundo continuaba teniendo como contemporáneos a Lugones, Cansinos-Assens, Reyes, Macedonio Fernández o Henríquez Ureña, aunque hubieran muerto muchos años atrás. También a aquellos textos, aquellos autores, que lo formaron de una determinada manera, como Cervantes, Shakespeare, Chesterton o Dante Alighieri.

Borges fue un estilo. Un persuasivo estilo que reflexionó mucho en torno a nuestro pasado, a la literatura, a esos "orbes" que despertaban su innegable y nunca saciada curiosidad y que podían ser el antiguo anglosajón, el islandés, las batallas por la Independencia, sus ancestros, los cuchilleros que saldaban cuentas en las noches de Palermo. Por supuesto, todo eso está acabadamente expuesto en su magnífica obra, pero lo citamos puesto que vuelve en forma reiterada en estas páginas sueltas escritas a lo largo de los años en periódicos, revistas, libros y hasta en folletos turísticos.

Aunque siempre escaso de recursos, Borges defendió como pocos a una clase, la llamada "oligarca" de la Argentina, esa clase adinerada, patricia, que resistía la existencia del indio, del "cabecita negra", del inmigrante, pero que además de acumular dinero y poder supo atesorar la cultura. De ese mundo se apoderó hasta la exasperación y a veces hasta la caricatura. En estas lecturas fragmentarios vuelven a molestar, y muchas veces, sus expresiones reaccionarias, que por ser resultado de situaciones de coyuntura son más "brutales" y no aparecen intermediadas por la reflexión y la introspección.

Beatriz Sarlo ha dicho recientemente que Borges caló hondo al reflexionar sobre la cultura del país y de su gente. Supo, por ejemplo, hablar como pocos de la venganza, experiencia límite que nos constituyó, lamentablemente, durante considerable parte de nuestra historia. Pero esas "reflexiones", esa visión de conjunto y profunda parecen encontrarse más en su obra elaborada que en sus páginas circunstanciales. En estas, por ejemplo, el antiperonismo es muy agresivo, sin matices, como desagradables resultan sus desprecios al indio y a aquello que para él nunca terminará de tener forma, al que, desde su perspectiva (y la de tantos) podemos llamar -despreciativamente- "el interior".

Pero Borges es también y por supuesto y por suerte la gran literatura. En la selección hay poemas lúcidos y bellos, entre los que prevalece "Hábitos", en el que luego de una enumeración arbitraria, que pretende ser la suma del mundo, concluye diciendo: "No te asombren las cosas que enumero. / Más extraño eres tú, cuya morada / es un cuerpo que guarda un esqueleto, / uñas, carne, sudor, vísceras, dientes. / César y corrupción, álgebra y nadie" (abril de 1986). Este poema, uno de los últimos que escribió, se corresponde con los temas de "Los conjurados", su último libro, de 1985, en el que sus reflexiones sobre la vida y la muerte, la amistad y la solidaridad, resultaron sorpresivos y muy renovadores.

El otro gran artículo rescatado es su extenso análisis del último capítulo del Quijote, que data de 1956 y que aunque ya apareciera en las "Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por su autor", en 1982, extrañamente no ingresó a sus Obras Completas. En él Borges "lleva de la mano" al lector analizando por párrafos dicho capítulo, signado por la melancolía, porque Alonso Quijano se despide del Quijote y Cervantes hace lo propio de su personaje eterno y ambos hechos son transmitidos con emoción, erudición y sutileza por el gran maestro argentino.

Hay en la selección temas recurrentes, tales como la literatura gauchesca, acercamientos a las obras de Whitman, Joyce o Sarmiento, discursos (como el que improvisó al recibir el Premio Cervantes) y algunos momentos en los que se evidencia la reticencia de Borges al momento de haberse visto obligado a homenaje a quien lo deja indiferente (Mallea) o en vida le generó no pocas resistencias (Victoria Ocampo). Otro ejemplo de reticencia es el prólogo a "Mutaciones" de Betina Edelberg, un poemario que aparentemente elogia pero que en realidad termina denostando.

Se incluye también un curioso y casi desconocido texto turístico de 15 páginas de extensión que escribió en 1968 para la empresa "Varig", en el que está ausente el poeta pero que permite saber que Borges -y quienes lo deben haber ayudado en la redacción, porque ya estaba ciego- conocía extensa y exhaustivamente al país, en toda su cambiante geografía.

En la presente recopilación llama la atención que en nada menos que en tres oportunidades Borges defienda, por una u otra causa, a la censura, aunque matizándola: "En cuanto a mí, creo que la censura puede justificarse, siempre que se ejerza con probidad y no sirva para encubrir persecuciones de orden personal, racial o político" (declaración de 1960 cuando se permitió la difusión del "Ulises" de Joyce sin enmiendas ni cortes). Otro ejemplo, cuando se molesta por la versión cinematográfica de "La intrusa" que realizó Carlos Hugo Christensen porque volvió homosexuales a los hermanos protagonistas: "Cuando se dice que la censura es perniciosa siempre, yo creo que no siempre, porque la prohibición de lo indecoroso induce a la ironía, obliga a esforzarse paras decir las cosas de un modo indirecto y no de un modo burdo".

No aparece en la nueva selección el mejor Borges, pero sí el Borges más conocido, el más contemporáneo, el genio y figura, aquel que se repetía, pero también el que tenía -por así decirlo- luces propias. Aquel que iluminaba. Con el agregado de que está muy presente en este libro de variada lectura y diversificada lección su voz, única, intransferible, inolvidable.

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