Año CXXXVII Nº 48226
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
El Mundo
La Región
Opinión
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Salud
Autos
Escenario


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 30/11
Mujer 30/11
Economía 30/11
Señales 30/11
Educación 29/11
Campo 29/11


contacto

servicios

Institucional

 miércoles, 03 de diciembre de 2003

Reflexiones
El largo adiós a las aulas

Víctor Cagnin / La Capital

Cada año, con la conclusión del ciclo lectivo, una buena camada de jóvenes se aleja definitivamente de las instituciones educativas. Es una pena y una alegría. Alguien, con tono emocionado, sabrá discurrir: "Partirán, mas su espíritu quedará aquí grabado en la memoria indeleble de los docentes, de los preceptores y directores, en los registros diarios, notariales y fotográficos...". Se trata de una oración recurrente, persistente, que nunca se archiva, pero que deja tranquilos a todos y otorga una sensación de satisfacción por el deber cumplido. Un ciclo se renueva, todo se cierra para abrirse, como los ciclos de la naturaleza.

Una vez afuera, la mayoría de los pibes entrará en un estado de melancolía que sólo el tiempo y algunos consejos lograrán mitigar. Es que entre la idea que fueron construyendo sobre su futuro y la realidad imperante existe un espacio casi abismal, capaz de quitarle el ánimo hasta al más valiente abanderado de la perseverancia. Al fin de cuentas -recordarán-, la escuela o la universidad, aun con su escaso presupuesto, ofrecían un sistema de premios y castigos más o menos equitativo para todos. Reglas de juego explícitas a las que cada uno podía sujetarse para lograr una promoción razonable.

En los primeros años de la década del setenta, década ahora mítica, el panorama para los jóvenes no difería demasiado, sólo que había una gran ilusión puesta en marcha, esto era convertir a la Argentina en una potencia, habida cuenta de que se poseía todo para ello: recursos, mano de obra calificada, profesionales, científicos y espíritu de sacrificio. Definido el país que se pretendía había que plantearse entonces la educación que necesitábamos. Pero antes de que cantase el gallo, los militares se volvieron a apropiar del poder, para plasmar la mayor tragedia que haya vivido el país: 30 mil desaparecidos y la adquisición de créditos externos para beneficio de un grupo de empresarios, una deuda luego estatizada y por la que hoy deben responder todos los habitantes. Había desaparecido también el Parlamento y, en consecuencia, las reglas de juego para las mayorías.

Los jóvenes que egresaron durante esa época sufrieron un doble golpe a sus expectativas: el de la imposibilidad de aplicar sus conocimientos y el de la imposibilidad de reclamar por lo que les estaba sucediendo. El estado de terror y sospecha implantado hacia su condición, sus pensamientos y sus movimientos produjo en ellos la paranoia con la que hoy se los puede distinguir, a poco que uno entable una conversación. La recuperación de la democracia en el 83 les devolvió una cuota de confianza en sí mismos, aunque se sabía que el daño ocasionado difícilmente podría repararse. Porque las reglas de juego de la democracia nunca se cumplieron cabalmente y porque aquellos grupos económicos paridos en la dictadura se encargaron de impedir o desviar todo intento de república soberana o de autonomía en la toma de decisiones internas y externas.

La educación, por lo tanto, tampoco pudo estructurarse bajo la perspectiva de una nación independiente, sino que más bien fue postergada y hasta humillada varias veces, hasta por un presidente que solía preanunciar el ingreso del país al Primer Mundo mientras reducía ostensiblemente cuanta partida presupuestaria en materia educativa se le pusiera al alcance de la mano. Por eso en estos veinte años cada generación que fue egresando de las escuelas medias o las universidades fue a encontrarse con un panorama laboral y profesional cada vez más desolador, excluyente y expulsivo. Más de 300 mil jóvenes emigraron en los últimos tres años con sus conocimientos en busca de un horizonte en otros países y millones aún deambulan por nuestro territorio tratando de sobrevivir haciendo lo que pueden, y no lo que saben.

Esta diferencia abismal entre la educación y la realidad socioeconómica que padecemos, entre la inversión educativa y la imposibilidad de aplicar conocimientos, entre la conciencia de lo que se debe hacer y la falta de autonomía para concretarlo, es quizás la materia más importante que debe rendir el país que viene. Hay por cierto en la gente, como en aquellos primeros años setenta, una ilusión contenida, una confianza depositada en el presidente Néstor Kirchner y su gabinete como pocas veces se otorgó. Y no se trata esta vez de un pensamiento mágico, sino el resultado de un intento claro de volver a establecer reglas de juego claras para todos, fundadas en el cumplimiento estricto de la Constitución. Acciones que la ciudadanía demandaba con urgencia.

Que no se apague el sueño. En estos días, decenas de miles de chicos se despiden de las aulas con la idea de que el futuro está de su lado. Es algo razonable, lógico, coherente. Que nunca más alguien procure quitárselo.

[email protected]

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados