| domingo, 23 de noviembre de 2003 | Efemérides Un 23 de noviembre Guillermo Zinni / La Capital . De 1859: Nace el legendario pistolero Billy the Kid El pistolero norteamericano William Harrigan -otros dicen que se llamaba Henry McCarty-, también llamado Bill Bonney (Huesos), pero más conocido por su apodo de Billy the Kid (El Pibe Billy) y cuya vida se transformaría en una leyenda, nació en un conventillo de Nueva York el 23 de noviembre de 1859. Su madre habría sido una irlandesa de nombre Catherine Antrim que en 1874 murió de tuberculosis. Pálido, esmirriado, chúcaro y mal hablado, a los doce años militó en la pandilla de los Swamp Angels (Angeles del pantano), la que estaba comandada por un negro encanecido y famoso como envenenador de caballos. Con los Swamp Angels Billy aprendió a pelear, a usar armas y a robar a transeúntes desprevenidos. Una noche de 1873, a los catorce años de edad, cometió su primer asesinato: en una taberna de Llano Estacado, Nuevo México, borracho con aguardiente, una sola bala le alcanzó para dar por tierra con Belisario Villagrán, un matón de Chihuahua. Ese crimen transformó al muchachuelo de la cloaca y del cascotazo en un hombre de frontera: se hizo jinete y aprendió el arte de los troperos y el del ladrón de hacienda. Organizaba populosas orgías en los burdeles y luego pagaba la cuenta a balazos. En 1880 fue detenido, pero logró escapar de la prisión de Lincoln abriéndose camino a tiros gracias a un arma que le habían hecho pasar de contrabando. Para ese entonces ya tenía en su haber 21 asesinatos "sin contar mexicanos", como le gustaba decir. El 25 de julio de ese año Billy atravesó al galope la calle principal de Fort Sumner. El calor apretaba. El comisario Pat Garrett, sentado en un sillón de hamaca, sacó el revólver y le descerrajó un balazo en el estómago. El caballo siguió, pero el jinete se desplomó en la calle de tierra. Garrett, por las dudas, le encajó un segundo balazo. Luego de una larga agonía murió. Lo afeitaron, lo vistieron y lo exhibieron en la vidriera del mejor almacén del pueblo. Al tercer día lo tuvieron que maquillar y al cuarto, por el olor que despedía, lo enterraron.
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