| miércoles, 19 de noviembre de 2003 | Reflexiones Unión en la granja Víctor Cagnin / La Capital El rumor del casamiento del Lole ha quedado rebotando en la opinión pública con una serie de aditamentos y fabulaciones que, recopilados, bien podrían convertirse en un excelente guión para el cineasta Fabián Bielinski. Si se atrapase la idea, el gobernador ingresaría al mundo del celuloide entonces -como tantas otras legendarias figuras- con todos los méritos y todas las letras. Porque no cualquiera ofrece tanta tela para cortar, sin que medie un sí o un no entre un suceso no corroborado y un relato nunca terminado.
En el género, algunos maliciosamente inscriben The Gardiner y Forrest Gump, pero se trata de relatos en países centrales, donde la saludable vida de las instituciones pueden permitirse jugar con esas ficciones, inclusive hasta darse la posibilidad de que un actor lo materialice ganando una gobernación, para que de esa forma perversa tenga escape la ironía, la hilaridad o quizá posea un sentido el absurdo, tal como acontece con otras expresiones artísticas, de anclaje en la vida cotidiana. Pero la Argentina no es el Primer Mundo y las instituciones suelen desvanecerse ante el primer suspiro popular o tañir de las cacerolas. Por eso la incertidumbre sobre el estado civil de quien preside la Casa Gris se ha vuelto una causa a develar, un misterio que no puede permanecer sin esclarecerse. Hay demasiada expectativa depositada aún en el gran novio santafesino como para jugar con su condición parental.
El, en tanto, deja que las cosas vayan y vengan, tomen cuerpo y se diluyan, mientras las observa como sentado ante un court de tenis o aplastando su nariz en la pecera del living. Se entiende, son días finales, previsibles y sin brillo. Toda la preocupación se traslada a las mudanzas o a finiquitar trámites y cuentas que pueden haber quedado pendientes. Se comprende, claro, aunque no se justifica. Porque la provincia, precisamente, se encuentra ávida de compromiso, de protagonismo transformador, de una dirigencia dispuesta a entregar todo su tiempo y energía para sacarla de sus profundas y marcadas desigualdades. Y esta es la gran paradoja de Reutemann, su falta de compromiso con la realidad. Amagar y quedarse, picar en punta y abandonar. Ha sido siempre así. Purapinta dirían en el pueblo, benévolamente.
Esa actitud que mantiene el actual gobernador no es casual. Proviene de los años 90, cuando la ola neoliberal que recorría el mundo -donde el país se subió sin ropa ni condiciones- rompía con todos los principios de la política propiamente dicha, al tiempo que habilitaba a figuras sin ningún antecedente de militancia o tan solo de elemental cultura política a hacerse cargo de las administraciones provinciales y municipales. El menemismo fue la expresión de cabotaje y el Lole -apoyado en el Chango Funes y Mercier- uno de los mejores emblemas, a tal punto que, de haber aceptado la propuesta de Eduardo Duhalde como candidato a presidente, hoy podría estar rigiendo el destino de todos los compatriotas. Tuvo allí su momento de lucidez y fue decir no a la oferta bonaerense. Aunque vale recordar que mantuvo a todo el país durante bastante tiempo deshojando la margarita.
Esta falta de compromiso con el semejante, que puede interpretarse como una falta de respeto según las responsabilidades que a cada uno le compete, responde a esa forma de gobierno donde el Estado deposita en manos de los privados la carga de los principales servicios públicos. En rigor, no se trata de una carga sino de un beneficio. Bajo esa perspectiva, el Ejecutivo nunca será culpable de las negligencias que se cometan, sino que podrá desplazarla hacia los terceros adjudicatarios. Y es este el perfil con el que Reutemann debutó en el gobierno y del que nunca pudo salir, porque, además, todo el aprendizaje empírico que traía era un habitáculo, un equipo de asesores técnicos, los sponsors y los medios de comunicación del país a su alcance para hablar cuando él se lo propusiera. Pese a que se lo intentó presentar como un productor agropecuario eficiente.
Los corrillos sobre un nuevo matrimonio, el afán por los detalles sobre la familia de la novia, fecha, lugar e invitados, su hermetismo frente al tema, sus respuestas ambiguas, las especulaciones sobre una nueva paternidad, sobre su estado de salud y aún sobre si seguirá o no en política, bien puede ser otro giro de caracol, una campaña a su favor desatada desde lugares insospechados para volverlo a poner en la consideración nacional. Aunque, por lo patético, también podría tratarse del punto final de una larga parábola entre un provinciano genuino, obcecado y su sociedad. Triste y solitario. Aunque estos dos calificativos serían un premio generoso.
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