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 domingo, 26 de octubre de 2003

Análisis político
Gobernar sin márgenes de error

Mauricio Maronna / La Capital

El gobierno avanza día a día en su cruzada a favor de un cambio de hábito en la toma de decisiones y en el manejo de la cosa pública. La Corte parece actuar como cobayo del promocionado estilo K, al que muchos subestimaban comparándolo con los malabares de un habilidoso futbolista que hace lujos para la tribuna, lejos del arco e incapaz de dañar al adversario.

La caída en desgracia (y en cascada) de Julio Nazareno, Eduardo Moliné O'Connor y Guillermo López (y seguirán los nombres) pone en evidencia una frase atribuida al presidente Néstor Kirchner cuando apenas asumió el poder: "No llegué hasta acá para hacerme el distraído".

La debacle de la mayoría automática -al fin el brazo jurídico del menemismo durante varios años- es un perfecto caso testigo para que el Ejecutivo consolide las cuestiones positivas (exaltadas hasta el paroxismo por sus frondosas usinas mediáticas) y un desafío para rebatir las acusaciones sobre la presencia de cierta tentación autoritaria a la hora de ejercer el poder.

Cuando llegue el momento de proponer la designación de los futuros jueces supremos, el jefe del Estado tendrá una prueba de fuego: no hay mayorías automáticas buenas o malas según el linaje político de quienes las componen. Es la hora de proponer juristas probos y honestos, y no de inclinar la balanza de la Corte con jueces adictos al color político de moda.

El humor político de las grandes ciudades (volátil y estacional) deposita en Kirchner una notable adhesión que, créase o no, derrama sobre toda la clase política. Aquel hit cacerolero que hacía referencia a que "se vayan todos, que no quede ni uno solo" perdió espesor hasta quedarse sin voz.

Un repaso de los nombres que estarán en el Parlamento nacional desde el 10 de diciembre próximo es la prueba más acabada y tangible de cómo el presidente salvó del ostracismo a personajes que hasta meses atrás no podían asomar sus narices por ninguna calle.

El presidente parece haber dejado de lado la idea de la transversalidad para darle pelea desde afuera al PJ (o al "pejotismo", como dijera alguna vez). "El peronismo tiene historia en haber propiciado frentes. Lo que sucede es que muchos se olvidan de que durante los 70, Juan Perón volvió de la mano del Frejuli", dice un operador con despacho en Balcarce 50.

En este marco, no fue casual la reunión que mantuvo la semana pasada Aníbal Ibarra con Miguel Lifschitz, ni el encuentro del jefe de Gobierno porteño con el chispeante intendente electo de la ciudad de Córdoba, Luis Juez. "La idea del Lupín es que la centroizquierda se reagrupe, lo apoye, y dentro de dos años, cuando haya comicios legislativos, le aporte no solamente masa crítica sino diputados y senadores", apunta con pragmatismo el informante.

"Ibarra es la Adelina de Kirchner y ni los socialistas ni los aliancistas reconvertidos pueden compensar la vocación de poder del peronismo. Ahora el presidente está en plena luna de miel con la sociedad, ¿pero quién le va a tener que poner el lomo cuando haya que votar en el Congreso el tema de las tarifas, la renegociación de la deuda o las políticas fiscales?", advierte un legislador justicialista santafesino, quien admite haber padecido "espasmos" al leer las críticas del secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, al peronismo provincial.

El propio Carlos Reutemann sintió el cimbronazo al repasar los dichos del funcionario nacional: "La policía santafesina tiene una larga tradición en la violación de los derechos humanos", dijo el ex abogado de la guerrilla del ERP, que lideraba Mario Roberto Santucho.

El Lole despejó las últimas lucubraciones sobre un inminente polo de poder integrado por él, José Manuel de la Sota y otros referentes interprovinciales para mostrarle los dientes al jefe del Estado. "Kirchner está haciendo un muy buen gobierno", declaró el jueves a La Capital.

Hubo un hecho que pasó casi inadvertido y que demuestra el cambiante humor de cierta parte de la sociedad: el miércoles pasado volvieron los cacerolazos en pleno corazón de Barrio Norte, en la Capital Federal. Pero esta vez no estaban destinados a los políticos, sino a las compañías eléctricas privatizadas que dejaron apenas por unos minutos sin luz a la recoleta geografía porteña, hasta hace poco tiempo ferviente bastión de la reforma del Estado sin anestesia.

Frente al kirchneriano estilo abanico de ejercer el poder, la Argentina se encuentra hoy ante un inédito vacío opositor. Elisa Carrió deja la banca de diputada el 10 de diciembre para dedicarse a su cátedra universitaria, al radicalismo le faltan 499 convenciones internas para reconciliarse con la sociedad y Ricardo López Murphy una sombra pronto será.

La salida de Lilita de los primeros planos de la política será un perjuicio para la República. Lúcida, valiente y con una cuota refrescante de transgresión, la chaqueña se convirtió en referente moral obligado de cierta franja de la población.

"Hubo un surgimiento como hongos de partidos, algunos que no querían decir que eran partidos. Luego tuvieron el final propio de los hongos una vez que culmina el período de lluvias", describe con lucidez el historiador Tulio Halperín Donghi. Kirchner aprovecha el desconcierto opositor y teje sobre las diásporas.

Ciertos saltimbanquis, que primero se escudaron en la verba de Carlos Chacho Alvarez y después se refugiaron bajo las polleras de Carrió con el único objetivo de sentir el calor del poder, están ahora propiciando un nuevo asalto a la Rosada. "Si no nos unimos a Kirchner parece que es porque somos antiperonistas: hay que buscar una alianza con el presidente", piden a los gritos algunos dirigentes del ARI de Capital Federal y de provincia de Buenos Aires.

Mientras, varias asignaturas quedan aún pendientes: mejorar los abrumadores índices de pobreza, indigencia y desempleo. Una tarea que, más temprano que tarde, deberá encararse con el mismo brío que el que se puso para descabezar cúpulas militares, policiales y judiciales.

La mejor noticia en estos cinco meses de gestión de Kirchner es la reaparición de un liderazgo político visible e imprescindible para restaurar los puentes rotos entre la sociedad y la política.

No es poca cosa tras el esperpéntico gobierno de la Alianza, que llevó a la Argentina a columpiarse en el peor de los precipicios.

La gente volvió a darle una oportunidad a la política, pero es la última. La clase gobernante ya no tiene márgenes de error a la hora de ejercer el poder.

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