| miércoles, 22 de octubre de 2003 | Reflexiones Un ejemplo clásico Víctor Cagnin / La Capital El fútbol es una de las grandes maravillas que posee la Argentina. Qué duda cabe. "De lo maravilloso en el arte", como solía decir aquel poeta surrealista. A tal extremo que los pibes, en algunos barrios, cuando pega el hambre, lo resuelven con un picado. Pico acá, pico allá y ya se fue el mediodía. Gambeta corta, gambeta larga, toco y me voy al sobre. Mañana será otro día. Una maravilla.
El fútbol, como en tantos otros países, suele ser también una buena medida de lo que somos, de cómo andamos y de nuestras posibilidades. Cualquier extranjero que nos visite, con sólo observar el estado del fútbol nacional podría sacar una primera conclusión sobre cómo van las cosas aquí. Esto no es nuevo, desde luego, ya lo dijo el cineasta Win Wenders sobre los alemanes. Para conocer cómo marcha Alemania hay que observar su fútbol. Precisamente, en la edición del lunes de El País de España se habla de un filme que ha hecho emocionar hasta las lágrimas al canciller Schroeder basado en la tarde de Berna, Mundial del 54 en Suiza, cuando Alemania venció a la imbatible Hungría de Puskas. Fue para muchos la fecha de inicio de la recuperación del país, después del desastre hacia donde lo había llevado el régimen nazi. Una señal para volver a creer en ellos mismos y en sus posibilidades de construir una nación digna.
Todo esto viene a cuento por el clásico vivido el domingo entre Newell's y Central. Uno de los acontecimientos deportivo-culturales imprescindibles de ser vividos alguna vez en la vida. No porque otros no lo merezcan, sino porque éste concentra una naturaleza singular. Como la perfecta confrontación de colores. Nada más apropiado para el rojinegro que el azul y oro, y viceversa. Y si es sobre el verde, mejor aún. Con estadio a pleno, sin palabras. Inclusive, observándolo por televisión todavía conserva parte de la estética en vivo. Pero además, por lo genuino de sus hinchadas. Dos parcialidades locales, incontaminadas, donde los de afuera -inmigrantes de distinta laya- nunca llegarán a comprender cabalmente, aunque sospecharán siempre que algo extraordinario está ocurriendo allí, en el Parque o en Arroyito.
Además, como el fútbol sigue siendo el arte de lo impensado, resulta inevitable establecer una relación entre lo estético y lo ético, entre las formas y las normas. Me refiero a la calidad o el talento del jugador con los valores morales que sostiene.
En este sentido, se solía denostar a Maradona por no haber logrado sostener en su vida privada el mismo talento y código que demostró en el campo de juego. De haberlo concretado, ¿alguien con autoridad moral puede indicar el camino que debía transitar en este país minado por la corrupción y el escándalo? El exilio de Diego bien podría interpretarse como un reclamo moralizador para el fútbol argentino y su mejor destino, frente a la imposibilidad de tolerar la destrucción fratricida, aunque esto último suene a hiperbólico.
Cuando el centrodelantero Germán Herrera reconoce la falta cometida con la mano, que derivó en el polémico gol anulado por el árbitro, no hizo más que demostrar otra vez su calidad humana inseparable de su talento, que es elocuente y puede aún desarrollarse, al igual que sus condiciones morales. Claro que con el tiempo descubrirá que no todo es blanco sobre negro, bueno sobre malo. Que a veces triunfa el que especula, quien sale a romper los huesos en un cruce o traiciona falsificando sus actos. Pero esto, claro, forma parte de nuestra viveza criolla despreciable, que tantos perjuicios nos trajo y que con razones nos estigmatizan en todo el mundo. Un karma del cual, se supone, se pretende salir, comenzando por premiar la excelencia, la nobleza o la buena madera.
Por otra parte, la idea de separar el fútbol de la sociedad resulta un verdadero infantilismo. Creer que lo que sucede dentro de la cancha no tiene vinculación con el exterior forma parte del pensamiento mágico, que puede ser muy folclórico, pero que no guarda relación con la realidad, no ayuda a mejorar el deporte y mucho menos a quienes lo practican. El exterior condiciona al jugador del mismo modo que el jugador puede llegar a modificarlo. Algo que se revela en cualquier plano de la vida, en todos los oficios y profesiones.
Precisamente, por tratarse el fútbol de la gran pasión de los argentinos y porque la mayoría coincide en que el país logrará reconstruirse en la medida que recompongamos nuestra base moral, resulta significativo que se pondere el gesto del Chaqueño Herrera. Se trata de pequeños indicios de lo nuevo que bien vale el contagio, la emulación. Si el deporte fuese una escuela de vida, por favor, que cundan estos ejemplos y tomen nota los maestros. La superación individual y colectiva tiene un componente de creatividad y otra de deber ser o cumplimiento de obligaciones. Nadie logrará trascender en el tiempo prescindiendo de alguna de ellas.
Y si el último clásico fuese un punto de inflexión, como aquella Alemania del 54, ¿podrá esta ciudad recuperar su autoestima para convertirse en un pilar metropolitano de una Nación digna para todos? Qué bueno sería.
[email protected] enviar nota por e-mail | | Fotos | | |