| miércoles, 22 de octubre de 2003 | Todo por ser joven Mis abuelas en ciertas ocasiones me regalan dinero porque saben que estoy ahorrando para arreglar mi dormitorio. Son unos pesitos que llegan tres veces al año: Navidad, en mi cumpleaños y el Día del Niño, y aunque ya no soy una niña -tengo 20 años- los recibo con gusto. Logré de esa manera tener un billete de 100 dólares, y como quería cambiar la lámpara y el velador salí a comprarlos. Cuando llegué al local donde encontré lo que buscaba me puse contenta. Le pregunté a la empleada si podía pagarlo con dólares y ahí empezó mi calvario. Me dijo que iba a ver cuánto se cotizaba, pero no volvía más. Yo no entendía por qué demoraba tanto. De repente me encontré rodeada de policías que me revisaron la cartera y escuchaba cómo ella les decía que yo era la misma que había pagado con plata falsa en febrero. Yo a ese local era la primera vez que entraba. Les dije que jamás había ido al lugar y menos a comprar con plata extranjera. Recibí malos tratos y agresiones como: "y tenés cara para volver" o "qué bien que te entrenaron", entre otras. Además de acusarme de algo que nunca hice, hablaban mal de mis padres. No entendía nada, tenía miedo y hubiera querido tener a mis padres cerca porque nadie me escuchaba. Tuve que cruzar la galería con los policías que me llevaron hasta una casa de cambio donde corroboraron que el billete era verdadero. Después me hicieron firmar un acta donde informaron lo acontecido. Todo por ser joven. Llegué llorando a mi casa. Mis padres, que eran clientes del local, me acompañaron para aclarar la situación y lo único que recibieron fueron malos tratos. Les dijeron: "¿Cómo sabemos que ustedes son sus padres y ella no está mintiendo?". Mi padre pidió hablar con el dueño pero éste contestó que "si quieren saber algo sobre mí, hablen con mi abogado". Todavía me hace mal pasar por ese bazar, donde viví esa horrible experiencia. Siento que todo fue una gran injusticia.
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