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 lunes, 20 de octubre de 2003

Editorial
Hay que urbanizar La Lata

La Justicia acaba de descubrir que los robos y arrebatos denunciados en los últimos veinte días en inmediaciones de la villa La Lata suman nada menos que veintiséis. Algo más de uno por día. De no mediar alguna acción concreta, en poco tiempo más las calles que la circundan se habrán convertido en intransitables debido a los permanentes ataques que sufren quienes se atreven a pasar por el lugar, de a pie o en cualquier vehículo que sea.

Los ómnibus que por allí circulan procuran hacerlo con prontitud para salir cuanto antes de la conflictiva zona. Para ello deben esquivar a quienes van por la calle sin tomar en cuenta los vehículos que casi los rozan. El conductor que se atreve a llamarles la atención sonando la bocina a modo de advertencia recibe insultos y gestos obscenos y amenazantes. Cierto es que las veredas, por ejemplo el tramo de la villa que da a calle Corrientes, no son precisamente transitables. Las baldosas están rotas o faltantes, hay árboles o arbustos inapropiados que interrumpen el paso y hasta parrilleros a falta de un patio espacioso. Si a esto se suma que en verano la gente escapa del calor sentándose con sillas en la vereda, bien puede excusarse a quienes se conducen desaprensivamente por la calle. Sólo que ese comportamiento implica, además de una conducta temeraria, un factor intimidante. Y esto porque quienes roban lo hacen interponiéndose al paso de los automovilistas obligándolos a detenerse o aminorar la marcha.

Es probable que la unidad policial permanente establecida en el lugar haya servido para desanimar a los delincuentes. Pero ciertamente, tampoco ha brindado los beneficios esperados. Si con policía a pocos metros los golpes no cesan, cualquiera se imagina cómo serían las cosas de no mediar su presencia que se supone intimidante.

El proyecto municipal de urbanizar esa villa fue anunciado en su momento con bombos y platillos, y con especial énfasis se reflotó antes de los últimos comicios. Es probable que concretado el plan, la zona recupere cierto grado de civilización para beneficio de los vecinos. Y ojalá entonces no tengan que malvender sus viviendas, como ha venido sucediendo, para marcharse lo más lejos posible en resguardo de familias y bienes y para recuperar la paz perdida. Para eso, claro está, habrá que cumplir lo prometido.

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