 | lunes, 20 de octubre de 2003 | Reflexiones Montesquieu y el premio Nobel de la paz Jack Benoliel Léese poco a Montesquieu y se lo conoce menos por lo que él ha escrito que por los principios que la mayoría de las constituciones modernas, en Europa y en América, han tomado de su obra. Tal es el destino -a menudo- de los escritores o de los pensadores; su nombre se vincula más a las instituciones que han inspirado, que a las ideas que han concebido. Juzgada por sus resultados, la lección de Montesquieu es ante todo una lección de liberalismo. Si ha querido hacer la "summa" de las instituciones políticas de todos los tiempos y de todos los climas, fue, al parecer, para deducir de ella en último término, las condiciones de la libertad política y enseñarlas a la Europa de su tiempo. Y acaso sea eso lo esencial de su obra o, al menos, lo que hace duradera su grandeza. Sin esta enseñanza fundamental, Montesquieu no sería lo que es y el "Espíritu de las Leyes" no figuraría en el pequeño número de las obras que marcan un rumbo en la historia de nuestros días. Agréguese a la lección política de Montesquieu ese horror natural que siente por cuanto envilece a la figura humana, esa reivindicación vigorosa y serena de los derechos y de la dignidad de nuestra naturaleza; en pocos palabras, ese carácter de humanidad que parece haber sido la fuente de su doctrina.
¿Por qué esta introducción? Porque la mujer galardonada con el premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi, es una apasionada lectora de Montesquieu. Y conoce en profundidad los principios tendientes a la democratización que él legara a la posteridad.
El Comité Nobel trae a nuestro tiempo el pensamiento doctrinario de Montesquieu, al premiar a Shirin Ebadi. Fundamenta su decisión así: "Por su trabajo en favor de los derechos humanos y la democracia en Irán".
Ultraconservadores y reformistas se enfrentan en Irán. Estos últimos bregan por una modernización de las ideas; un trato civilizado a la mujer y un anhelo de cuidado especial a la niñez. Quien ostenta hoy el premio Nobel de la Paz ha sufrido en carne propia la discriminación avasallante. Fue la primera jueza en su país en tiempos del Sha, siendo desplazada de su cargo "porque las mujeres son demasiado emocionales ejerciendo justicia". Hoy es una especie de adalid de una causa signada por la libertad, la justicia y la democracia en una búsqueda redentora en pos de los que sufren la horrible condición del sometimiento.
"Mi problema no es el Islam. Es la cultura patriarcal. Prácticas como la lapidación no están fundadas en el Corán", afirma.
Aun aquellos que hemos sido críticos severos con el Comité Nobel -¿quién podrá olvidar la omisión de Jorge Luis Borges?-, debemos reconocer como un hecho loable decisiones como ésta, que tienden a liberar pueblos y restaurar derechos y valores cercenados.
Se levantaron algunas voces: "¿quién conoce a Shirin Ebadi? ¿Quién sabía algo de ella?". Entiendo que no es lo importante. Lo importante está en que ahora la conocemos, rescatada del silencio por el premio concedido; y mostrada como ejemplo al pretender arrojar en un país, su país, aún no fértil para el pensamiento libre la semilla de la democracia, de la justicia, de la libertad, de los derechos humanos.
Estoy entre los que aguardábamos la elección de Juan Pablo II. Mas conociendo sus encíclicas y sus mensajes en todos los países del mundo que visitó con amor y abnegación, en favor de la paz, la dignidad, la preeminencia de los derechos humanos, arriesgo un pensamiento sincero, cual es, la satisfacción del ilustre Papa ante la elección de Shirin Ebadi. Acaso los ruegos por su quebrantada salud de todo un mundo que lo venera -y él lo sabe bien- constituya un premio inmensamente mayor que el Nobel de la Paz. Este lo concede un comité pequeño. Aquél nace en el corazón de la humanidad agradecida.
Resumamos: el premio concedido marca un camino a los pueblos oprimidos: "El camino de la redención". Y deja un mensaje señero: la faena de la democracia debe ser incesante o ininterrumpida, como las pulsaciones de la vida. Los pueblos necesitan de una oxigenación permanente de los derechos humanos, evitando que se doble la columna vertebral de los hombres. Shirin Ebadi mantuvo vertical su columna y enhiestas su conciencia y su hidalguía. Y tuvo su premio...
Mientras tanto, Montesquieu sigue cosechando lauros. Su pregón está vigente. Es decir, como El Cid, sigue ganando batallas después de muerto. enviar nota por e-mail | | |