| domingo, 19 de octubre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Hoy no habrá charla, Inocencio, sólo la narración de una parte de un cuento, basado en una historia real.
-Lo escucho. ¿Lo dedicará Candi?
-Sí, a todas aquellas personas que creen que no pueden vencer las dificultades. A quienes dudan sobre lo que la esencia superior quiere para ellos. El cuento nació en Capilla del Monte, Córdoba, en una celebración del Januká, o fiesta de las luces con la que los judíos conmemoran la recuperación y consagración del templo de Jerusalén y uno de sus fragmentos dice así: "Paula y Aarón quedaron en silencio. Miraban el imponente y colorido Uritorco, ensimismados, arrobados en reflexiones y recuerdos. El tenía la mirada puesta en la cumbre del gigante, pero su pensamiento se había remontado muchos años atrás, a aquel día que festejaba el Januká en Israel, junto a su padre, un maestro entrado en años, y su familia. Recordaba las palabras de su amigo y papá: "Jamás permitan que el templo edificado en el alma sea tomado por el paganismo del error y la ignorancia. Que jamás se apague la luz de la sabiduría, la fe, la esperanza y el amor que brilla en ese templo, porque cuando eso suceda se apagarán también sus vidas". Aarón era todavía un niño, pero podía comprender perfectamente lo que su padre quería decir. Recordó una por una cada palabra y se las repitió a Paula que lo escuchaba cautivada: "El hombre transcurre su vida en la ocupación, algo natural que le permite vivir y desarrollarse espiritual y físicamente; la preocupación, es decir ocupar la mente con angustias prematuras derivadas de sucesos que aún no han ocurrido; la angustia o estado de desdicha que sobreviene cuando los problemas, las soledades e insatisfacciones al fin se presentan. A estas circunstancias podría agregarse una cuarta, muy intrusa -dijo mi padre-: el estado de desesperación y depresión que sume al alma humana en una profunda consternación y crisis. Hay entonces una falta de motivación, de esperanzas y deseos de vivir. El alma y el cuerpo están sometidos y postrados. En esa situación el sistema inmunológico se abate y a la enfermedad psíquica suele seguirle la enfermedad orgánica. Ahora bien, siendo el hombre creado a imagen y semejanza de Dios se desprende que los estados agudos de melancolía son antinaturales, contrarios a la esencia divina y a la ley universal. Sabemos que el principal estado divino es el de la ocupación (creación) que deviene de una causa sublime, el amor. Es imposible sostener y suponer que existe un Dios encolerizado, preocupado, angustiado y deprimido y mucho menos postrado. Con esto quiero significar -siguió diciendo papá- que nuestro estado esencial es primeramente el del amor y luego el de creación y de dicha y que todos los demás sentimientos angustiantes son ajenos a la esencia humana y sólo presentes eventualmente con el sólo propósito de ayudar al crecimiento, formación y fortaleza espiritual. De tal manera, jamás permitan que tales emociones pasen a formar parte de su esencia, porque ello es contrario al orden natural. No obstante, es una realidad que una gran parte de la humanidad lejos de permanecer en ese estado de amor, de creación y de paz desenvuelve su vida entre angustias y necesidades insatisfechas, cualesquiera que ellas sean. Esto se debe muchas veces a la falta de caridad para con uno mismo y para con los demás".
Aarón repitió las últimas palabras de su padre en aquella fiesta judía y Paula lo escuchaba con atención: "El primero de los preceptos establecidos fue: "amarás a Dios sobre todas las cosas" y en consecuencia siendo el hombre creado a imagen de Dios debe primeramente quererse a sí mismo evitando todo aquello que lo dañe. Nadie puede amar al prójimo si primero no se estima a sí mismo". "Eso es cierto -exclamó Paula que era una cristiana practicante- cuando uno de los doctores de la ley le preguntó a Jesús qué debía hacer para alcanzar la vida eterna, vida que siempre interpreté además como un estado de paz, sólo lo remitió al más importante mandamiento: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús dijo "como a ti mismo", de manera que nos pidió cuidarnos y esto implica que ante cada crucifixión resucitemos". "Sí, el Eterno -remarcó el joven judío- nos reclama, una y otra vez, que a pesar de las caídas nos pongamos de pie". "Porque sabe y nos lo ha legado -le respondió la chica- que todo lo podemos en «El» que nos conforta".
Paula se abstuvo de recordar que la frase le correspondía a San Pablo y omitió conscientemente nombrar nuevamente a Cristo, por respeto a aquel chico judío del que se estaba enamorando. Se levantaron, el la tomó de la mano y emprendieron el regreso por el largo camino de ripio. Caminaban muy despacio, porque la quimioterapia había debilitado a Aarón más de la cuenta. La tarde se iba con ellos y en lo alto una pareja de cóndores, en círculos y sosegadamente, volaba hacia su nido".
Candi II
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