| domingo, 19 de octubre de 2003 | Interiores: Madres Jorge Besso Quizás sea interesante preguntarse si hoy domingo, el tercero de octubre como marca la tradición, es el día de la madre, o es, en cambio, el día de las madres. La diferencia posible nos lleva más que nada a una pregunta: o bien, las madres son todas iguales, y en ese caso es el día de la madre. O bien todas las madres son distintas, y en tal caso el día que se festeja es el de todas las madres, en su infinita variedad y diversidad. La pregunta tiene argumentos que inclinan la balanza de un lado y del otro como corresponde a toda polémica que se precie de tal.
Está en primer lugar la sentencia refranera que dice que "madre hay una sola", lo que viene a abonar la postura de que el día de la madre se refiere a "la madre". Y no sólo se refiere a la madre de cada cual, sino que de lo que se trata es de la universalidad de un ser que es igual más allá de todas las fronteras, con los ojos rasgados, o la piel de cualquier color, con lo que se puede distinguir a una madre en medio de cualquier muchedumbre de seres desparramados en cualquier parte del planeta.
Se me dirá que es esta una falsa distinción, aplicable, en todo caso, a "cualquier día de", ya que bomberos, carpinteros, o respecto de cualquier clase de padres a que hagamos referencia, tampoco son todos iguales. Sólo que en este caso la pregunta es un poco especial en tanto nos referimos, precisamente, al "ser madre", cuestión que atraviesa, de una manera u otra, al ser mujer. En suma que la pregunta formulada en clave de adivinanza es la siguiente: ¿Quién es la madre de la madre, y qué no es la abuela? Por la sencilla razón de que la abuela para acceder a la condición de tal, en realidad, para que la hagan acceder a dicha condición, obviamente primero tiene que ser madre. Aunque, claro está, que primero tiene que ser hija, es decir una hija que sueñe con ser madre. Cuando la hija lo logra, realiza el sueño de ser madre y se da cuenta que, además de ser hija de su madre cosa que obviamente ya sabía, comprende de quién es hija la madre, o sea en este punto, ella misma: la madre es hija de la certeza. Así como el padre es hijo de la incertidumbre, lo cual viene a ser confirmado por el descubrimiento del ADN, investigación que viene, a su vez, a descubrir la verdad o la mentira, según sea.
Esa certeza materna es en el comienzo la que sostiene al bebé, primero llevado adentro y luego llevado afuera, y esa certeza es la que sabe (con ese saber especial de las madres), cuándo estimular al bebé y cuándo contenerlo. En cierto sentido, ese bebé nunca desaparecerá para la madre, que siempre verá en su hija, o en su hijo, ese bebé que ya no está en los límites siempre estrechos de la realidad, pero que siempre está en ese espacio sin límites de la realidad psíquica. Es que en esa realidad, la llamada realidad psíquica, tan a mano del sujeto, tan imprescindible para vivir, y tan peligrosa por el peligro de que en dicha realidad la susodicha, es decir la madre, pueda sin mucho esfuerzo superponer a la percepción de su hijo crecido, la imagen de su bebé de siempre. El que llevó adentro y el que llevó afuera, el que nunca crece y que es el mismo que ella conoce. Mejor que nadie.
Por su parte, el hijo ya crecido, devenido hombre, o símil, tampoco pierde del todo a ese bebé que fue. Que para la madre sigue siendo, y que para él también sigue de algún modo vigente, ya que los adultos, en apariencia tan adultos, siguen buscando en el presente aquello que tenían en la madre. Estimulación y contención. Por lo general en el caso de los hombres, con todas las excepciones del caso, buscan la estimulación perdida. En el caso de las mujeres, con todas las excepciones del caso, buscan la contención aquella, que en lo que siguió, nunca fue igualada. Hombres y mujeres, mujeres y hombres, llevan en sus respectivas mochilas una cierta imagen de la madre, una suerte de expediente que nunca se archiva del todo, o que muchas veces no se archiva.
Es posible que el expediente madre sea la madre de todos los expedientes, ya que los demás vienen cronológicamente después. En lo que tienen de "crono" y en lo que tienen de "lógica". En el sentido de que el primer tiempo es de la madre y de ese niño que "es" de la madre y de esa madre que "es" del niño. No es tan curioso, después de todo, que el último tiempo muchas veces también sea de la madre, puesto que no es extraño que moribundos y moribundas en ese último instante la llamen por última vez. Que por lo general no pueda acudir al llamado, no es lo más importante, quizás en ese punto baste con llamarla.
Por lo demás, entre esos primeros tiempos de la madre y ese último instante, transcurre todo el turno en esta tierra para el humano en sus dos versiones básicas: en cuanto a las hijas, entre otras cosas, tendrán a su tiempo la posibilidad de continuar el linaje femenino, al tomar el relevo de su madre y hacer de la madre su propia versión. En cuanto a los hijos, tendrán a su tiempo, la oportunidad de ser padres, es decir, dejar de ser niños, y de paso comprender que una mujer es siempre, al mismo tiempo, menos que una madre y más que una madre. De ella se debe esperar menos, pero se puede hacer más. enviar nota por e-mail | | |