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 domingo, 19 de octubre de 2003

Para beber: Vinos de la Borgoña

Gabriela Gasparini

Hace unos domingos habíamos visto algunas de las características que hacían de la región francesa de Burdeos una de las más famosas del planeta. Ahora le llegó el turno a la Borgoña.

Cuántas veces nos habremos encontrado en las góndolas botellas cuyas etiquetas incitaban a la compra con un seductor Vino Tinto Borgoña, elaborado y envasado en Mendoza, imposible, de la misma manera que es imposible un Vino Blanco Chablis procedencia San Juan: son denominaciones de origen. Pero, ¿qué significa ser un Borgoña? Si bien es la cuna de los Chambertín o los Montrachet considerados expresiones supremas de la vinicultura, sus caldos pueden pasar de joyas a baratijas sin solución de continuidad (ninguna zona es tan impredecible como ésta) con un clima demasiado cambiante que permite ir de un resultado excelente a uno deplorable sin escalas.

Con una uva tan difícil como la Pinot Noir, muy sensible a las variaciones del tiempo y muy mutante, a tal punto que tanto en nuestro país como en otras regiones del Nuevo Mundo vitivinícola son contados los que han conseguido que la misma fructifique en un vino medianamente memorable. La Borgoña se ubica al este de Francia entre Chablis y Lyon, su extensión es apenas una quinta parte de la de Burdeos. Está divida en seis regiones: Chablis, Cìte d'Or, Hautes Cìtes, Cìte Chalonnaise, Mâconnais y Beaujolais, cada una de las cuales a su vez está formada por parcelas de pocas hectáreas que entrarían varias veces en un château de Bordeaux, por eso posee tantas denominaciones de origen con tantas reglamentaciones distintas.

A diferencia de Burdeos los grandes vinos borgoñones casi nunca son mezclas: los mejores tintos están hechos con Pinot Noir, los grandes blancos con Chardonnay, y los Beaujolais y buena parte de los de Mâconnais con Gamay. Pero una de las características que paradójicamente ha marcado el desarrollo de la región es el insoslayable enfrentamiento entre los viticultores, quienes suelen ser los artífices de los maravillosos exponentes del lugar, pero que elaboran cantidades tan pequeñas que suele resultar difícil dar con una botella, y los négociants (comerciantes), quienes compran la uva o el vino nuevo a diferentes cosecheros para criarlo, mezclarlo y luego venderlo con su propia marca.

Estos, en cambio, al combinar lo que consiguen de distintos cultivadores tienen para ofrecer cantidades considerables, demasiadas veces de vino mediocre, criticado por la falta de personalidad, sin demasiadas imperfecciones, pero sin virtudes a la vista. Reproche que algunos consideran injusto porque ven en la falta de carácter una de las grandes ventajas. Lo cierto es que los buenos vinos de la Borgoña brillan por su elegancia, sus sutilezas a la hora del aroma y su incomparable sabor, tanto si hablamos de blancos como de tintos. Lástima que estén fuera de nuestro alcance.

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