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 miércoles, 15 de octubre de 2003

Reflexiones
Ver para no creer

Víctor Cagnin / La Capital

La televisión continúa ganando la batalla sobre nuestras vidas. Esto puede sonar demasiado terminante, pero nada permite por ahora pensar en otra perspectiva. Tal vez podría considerarse que sólo se trate de una batalla dentro de una guerra prolongada. Aunque, aun así, resulta difícil imaginar los días por venir sin su hegemonía. Sé que se trata de un tema recurrente, abordado ya desde todas las ángulos posibles. No obstante, cómo no hablar de ella, si es la que a diario desata la mayoría de las conversaciones.

Me señalan que esto de la contemplación crónica tiene algo de ventana de bar o de sede del club. Esa forma ancestral de mirar hacia afuera y comentar al de al lado sobre lo que transcurre. Puede ser. También podría tratarse de una imposibilidad provinciana -no había repetidoras cercanas-, de forma que el fácil acceso hace caer en el consumo indiscriminado. No vale la pena buscar las raíces de esta adicción de la que no podemos zafar. Se suele intentar alternando con la literatura por las noches, pero los libros quedan siempre a mitad de camino, abandonados por un partido de fútbol, un programa de humor o de investigación periodística. Y además sin culpa alguna.

En todo caso, cuando aparece la culpa se opta por variar un tiempo con programas culturales, alguna película de Europa-Europa, CNN en inglés, intentando cazar algo, o el Discovery Channel. Así, las noches y los días se han vuelto previsibles y con cierto contenido. Y si por mí fuera hablaría todo el tiempo sobre la televisión. Estoy desde la 7 con Desayuno y TN; paso el mediodía con los noticieros rosarinos; por la tarde algún partido europeo y al ocaso veo Política y Economía; luego ya empalmo con el informativo de la 20 y de seguido Pettinato. De postre, según los días: lunes, TVR y "Sol Negro"; martes, Majul y CQC; miércoles, "A dos voces" y "Por qué"; jueves, TVR y Nelson Castro y los viernes "Cha-Cha-Cha". El fin de semana, con algo más de tiempo, puedo ir desde la Liga inglesa a los adelantados del Apertura o Pulsaciones y de trasnoche Zona, TNT o Cosmos.

Así y todo queda un espacio libre que se puede aprovechar para hechos menores, sacar a pasear el perro, caminar por las galerías o planificar un encuentro, que por lo general queda sujeto al estado de ánimo de ese día.

Quiero decir simplemente con todo este discurrir autorreferencial que la TV se ha instalado de forma absorbente, lo cual inhabilita para marcar pautas de comportamiento frente a la pantalla, sea a un niño o a un adulto. No se logra diferenciar el bien del mal, lo razonable de lo excesivo, lo singular de lo pueril, lo imprescindible de lo fútil, lo local de lo nacional, lo individual de lo familiar, la información del rumor, la acusación de la ironía, lo pactado de lo genuino.

Si a usted le sucede algo de esto, pues bien, se sugiere no angustiarse demasiado. Repare en esa enorme franja de pobreza detrás de los bulevares, en el conurbano bonaerense, en el monte chaqueño, en el noroeste argentino. Allí, por pequeño y frágil que sea el espacio donde habitan, habrá siempre un aparato de TV donde refugiarse. Desde ya, no les llegará la medición de Ibope y mucho menos consumirán el vasto menú de las tandas publicitarias, pero podrán acceder libremente a sus programas favoritos. Será un modo de eludir el vacío de sus vidas o quizás la forma de vaciar de contenido la pesadilla de la exclusión. La mente en blanco que los orientales procuran alcanzar con la meditación. Y, desde luego, configuran con el resto el gran público receptor de la cadena nacional. La medida de unidad televisiva de los argentinos. El hilo de la imagen que nos contiene y representa.

Por eso resulta imprescindible para el nuevo gobierno darse una política hacia los medios de comunicación sustentanda en un riguroso trabajo de investigación, midiendo los alcances de cada uno. No con el afán de eliminar o censurar sino procurando crear según las necesidades y, fundamentalmente, estimulando a la ciudadanía a actuar, a salir del estado de contemplación, a saber aprovechar las oportunidades que se generen y a tener una mejor valoración de sus potencialidades.

Seguramente hay latente una forma de vida más grata, trascendente, dignificante, menos condenada al retraimiento y a la segregación. Quizás ni siquiera esté sujeta a condiciones objetivas o materiales. Hemos visto pueblos salir de su letargo en peores condiciones, para convertirse en ciudadanos críticos, capaces de discernir con prontitud aquello que se debe ver, leer, escuchar y defender, frente a lo banal, poco útil o innecesario.

Se trata, en definitiva, de revertir el estado de pasividad por el de hacedores de cultura. Aun cuando la televisión siga imperando entre los demás medios tratando de consumirnos las mejores horas de nuestros mejores días.

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