 | martes, 14 de octubre de 2003 | Una cuestión compleja Resulta irónico que los que defienden el aborto pueden hacerlo porque están vivos, esto es, por haber sorteado la posibilidad de no haber nacido. La cuestión del aborto es compleja, pues puede vérsele distintas facetas, con la particularidad de que todas las perspectivas nacen de un hecho esencial: que estamos en presencia de un ser humano. Para la ciencia, el ser humano puede considerarse como tal en el momento de la fecundación, es decir desde que la información que contiene el espermatozoide se une a la que contiene el óvulo. En el embrión resultante está lo necesario y suficiente para constituir, nueve meses después, un ser íntegro e independiente. Es innegable que se practican abortos, muchas veces motivados por la desesperación o el desvalimiento; otras, por una cínica conveniencia, como por ejemplo, preferir un auto último modelo a un nuevo hijo. Muchas personas dejan que las costumbres, las modas, los prejuicios, los tópicos se instalan en su interior para sobrellevar las tareas diarias, lo cual les permite desatenderse de innumerables problemas, entre ellos, el cuestionarse lo tremendo que significa abortar. Sin embargo, si consideramos en todo su sentido que en el óvulo fecundado existe una vida humana, no podemos menos que adherimos a lo expresado por Julián Marías, intelectual, humano y antropólogo, de todo el siglo XX: la aceptación social del aborto. En definitiva, considero que el interrumpir la vida de un óvulo fecundado le cabe la misma culpabilidad que si suprimiera, nueve meses después, la vida del recién nacido. Al ser fecundado el óvulo nace un ser que ninguna argumentación especulativa, por más racional que se precie, puede refutar.
Pedro Delgrosso
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