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 lunes, 13 de octubre de 2003

Presentó su CD con un concierto en Rosario
Omar Mollo: Un hijo del rock que descubrió la verdadera pasión por el tango
El músico dio una lección de canto y demostró que no hay antagonismo entre el 2 por 4 y la música pop

Marcelo Menichetti / La Capital

Omar Mollo se presentó el sábado último en la sala Lavardén y probó que su incursión en el territorio tanguero está muy lejos de ser la avanzada de un rockero atrevido que se interna en desconocidos territorios del dos por cuatro. Muy por el contrario, el artista dejó en el público una carga energética tan importante que su concierto pareció corto, fugaz, como el relámpago al que él mismo se asemeja en cada una de sus apariciones en escena.

Dueño de una voz densa, que puede acariciar como la pana o raspar como la arena, el cantor probó que aloja el sentimiento tanguero desde siempre. Aunque se haya largado al ruedo con un disco propio ("Omar Mollo Tangos") sobre el fin de 2002, quedó claro que su vocación por la música arrabalera se viene macerando, por largos años, en algún rincón de su alma. Para empezar el show Mollo se despachó con un tango del siglo XXI, escrito por Chizo, el líder de La Renga. La apuesta fue redoblona porque el cantor salió al ruedo solo e interpretó el tema a capella, osadía que muchos cometen y de la que muy pocos sobreviven para contarlo. Sin embargo, no sólo salió airoso, sino que luego abrió su equipaje y sacó a la luz una batería de temas clásicos del género que únicamente encaran aquellos que están destinados a la gloria o al fracaso.

Acompañado por un solvente cuarteto, el músico que inicia una ruta paralela al rock -camino que transita desde siempre al frente de su banda M.A.M- sedujo a los dos centenares de jóvenes rosarinos con una batería de títulos que brillan en la galería de los grandes tangos. "María", "La última curda", "Sur", "Se tiran conmigo", "Nada", "Yira yira" y "Naranjo en flor", fueron algunos de los temas que Mollo interpretó. Su forma de cantar tiene algunos matices similares a los de grandes voces tangueras como las de Roberto Goyeneche, Alfredo Belussi, Julio Sosa y Rubén Juárez, pero con un color personal tan fuerte que configura un intransferible "estilo Mollo".

Desde su aspecto físico, distante a años luz del tanguero for export, el músico luce una luenga cabellera que amenaza llegarle a la cintura y que en combinación con su nariz aguileña lo asemeja más a un cacique apache que a un compadrito de smoking ajado, con biaba de gomina y pose imperturbable. Mollo entra en escena a grandes pasos, gesticula elevando su cejas, mueve sus brazos y logra transmitir plenamente su entusiasmo con su risa sincera, de pibe sorprendido por lo que está logrando. Mollo interpreta en carne viva y cada tango parece el del final. Sin embargo corta el dramatismo de las historias que narra y, antes o después de cantarlas, larga una risotada o se lleva la mano derecha a la altura del mentón y con el índice y el pulgar extendidos la agita de arriba a abajo mientras guiña un ojo y le dice a la oscuridad de la platea: "Para vos, viejita".

La simbiosis tango-rock siempre está presente y resalta la intención de amigar los géneros, dos músicas que al fin y al cabo comparten el escenario de las grandes ciudades, el adoquín y el asfalto y la despareja lucha del hombre que intenta sobrevivir en sumergido en sus agobiantes entrañas de hormigón. Y Mollo goza, ríe y canta, como proclamando a los cuatro vientos: "Aquí llegué. Yo siento profundamente el tango". Y queda muy en claro que no es un advenedizo y que lo suyo no será flor de un día. El tango y el público, agradecidos.

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Una gran voz y una imagen lejana.

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