| domingo, 12 de octubre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -¿Por qué debo pasar por esto? ¿Por qué mi pareja no me comprende? ¿Por qué mis hijos adolescentes se dirigen a mí con ese recelo? ¿Por qué de pronto este descalabro en mi economía familiar? ¿Por qué debo estar aquí, justamente aquí tan lejos de donde quiero estar? ¿Por qué este fracaso sentimental?
-¡Tantas cosas le están sucediendo, Candi!
-No, sólo estoy reflexionando sobre la infinita cantidad de veces que a lo largo de nuestras vidas surgen esos interrogantes, para los que otras tantas infinidad de veces no tenemos respuestas y cuya consecuencia inmediata es esa decepción con la vida.
-Es cierto. ¿Y cuál es su reflexión al respecto?
-Mire, yo no creo en la suerte, ni en las casualidades y tengo por firme sentencia, rubricada por ciencia, filosofía, religión y experiencia personal, que en el suceso de toda vida (efecto) hay una causa. Y cuando este efecto, este suceso no es consecuencia de un hecho o hechos pergeñado por nosotros mismos (causa natural propia o ajena) el suceso en cuestión que nos afecta es el efecto de una causa desconocida (sobrenatural) y es a la vez una causa natural en sí misma que producirá efectos en el futuro. Admito que es difícil comprender y que el juego de palabras torna al concepto enrevesado.
-Por eso ejemplifique.
-Con dos hechos lo haré: uno pasado y uno de nuestros días. La Torá y la Biblia nos narran la historia de Iosef (José) el más chico de los hijos del patriarca Jacob, llamado Israel. Sus hermanos le tenían una gran envidia y traman entonces su asesinato, pero uno de ellos (Reubén) aconseja que no se llegue a tanto y propone que se lo abandone en un pozo en el desierto. Así lo hacen. Imagínese cuantos por qué, cuantas lágrimas y cuanto tormento habrá soportado José en el desierto, en un pozo, con apenas diecisiete años de edad. Pero pasó una caravana por el lugar y lo llevó a Egipto, donde fue vendido a un servidor del Faraón. Sin embargo el joven acabó en la cárcel. Todo hacía prever que su destino sería trágico, pero pasó el tiempo y el hijo dilecto de Jacob logra descifrar un sueño del Faraón: anuncia los siete años de abundancia y los siete años de hambruna que padecería Egipto y se gana la gracia del monarca, transformándose en uno de los hombres más poderosos de ese reino. Pasan meses y años y sus hermanos, sin saber quien era, porque estaba cambiada su fisonomía, deben acudir ante él para pedir ayuda. José se da a conocer, los perdona y les dice: "Yo soy Iosef, vuestro hermano, soy yo a quien vendieron a Egipto. Y ahora, no estéis tristes, no os reprochéis el haberme vendido aquí, pues "para que sirviese de sustento Dios me envió antes que a vosotros". La historia es más larga y vale leerla, porque es todo un testimonio de vida. José acabó ayudando a sus hermanos, que lo habían traicionado, y a su padre quien lo había dado por muerto. Salva y engrandece a la familia de Israel.
-Eso es en el pasado. ¿Y en el presente?
-Yo estoy teniendo unas charlas con una persona a la que estimo y quiero mucho. Alguien que sabe ciertamente lo que es sufrir, lo que es pasar privaciones no sólo materiales, sino espirituales y afectivas. Alguien que durante su infancia y su juventud debió soportar hechos que le hicieron preguntar una y otra vez, uno y otro día ¿Por qué? Bien, es muy seguro que en ese momento esta persona no tuviera la respuesta, pero sí estaba convencido de que aun cuando encontrara esa respuesta ésta no iba a solucionar su problema. Así que comenzó por cambiar la pregunta: ¿Para qué? Y para ese interrogante sí que tenía una gran respuesta: para tener éxito, para no pasar más por necesidades, para construir una vida como la que soñaba y por la que estaba dispuesto a luchar. Hoy es una persona reconocida a nivel nacional y en otros países.
-Desde luego que no revelará su identidad.
-Por supuesto que no, ni las circunstancias. Tal vez algún día, si él lo decide, se pueda escribir un libro sobre el testimonio de una vida apasionante. Es decir, amigo Inocencio, no hay que buscar ante la dificultad la respuesta al por qué, sino la respuesta al para qué. La respuesta de Iosef fue: para servir a Dios desde donde sea y como El lo desee. Confiaba en que el Dios de Israel, su padre, tenía una misión para él y que sus vicisitudes formaban parte de esa misión. Nosotros, hombres comunes, debemos aprender que una dificultad puede ser una causa en sí misma, la causa que determine una vida mejor o, al menos, fijar otros rumbos en determinados aspectos de nuestra existencia.
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