| domingo, 12 de octubre de 2003 | Para beber: Vinos y quesos Gabriela Gasparini El domingo que viene es el Día de la Madre. Tenemos una semana para ir dejando indicios sobre cómo queremos festejarlo. O sea, a la mañana vendrán los chicos con el café con leche a la cama, traerán el regalo o quizás organicen una búsqueda del tesoro con esa carga inestimable de ternura que despierta la inocencia del escondite más obvio. Nos taparán de mimos y hasta el mediodía todo será besos y sonrisas. El almuerzo será compartido con madres propias y ajenas, pero queda toda la tarde. Recapitulando, desayunamos con los hijos y almorzamos con la suegra, la sobremesa se hizo larga, si dura un poco más somos firmes candidatas a la estatuilla de oro a la nuera más simpática, pero ya es hora de que el tío lleve las criaturas al cine. Digo, porque no nacimos madres, antes fuimos mujeres. Justamente somos madres porque en algún momento fuimos deseadas más allá de la imagen inmaculada de proveedora de alimentos y limpieza, le provocamos alguna fantasía a alguien, qué se yo, algo se podrá hacer todavía, y si no queda otra, por lo menos empecemos por la alegría que puede brindar una botella de vino.
Imaginemos una linda bandeja, una pequeña fuente con quesos variados, frutas secas, ricos panes y dos copas, con qué las llenaríamos. Todo un tema el de los quesos y los vinos, dos placeres irrenunciables, que como pasa con otros, ofrece la posibilidad de las más variadas combinaciones, sólo es cuestión de elegir la que más nos seduzca.
A veces se aplica el principio de los opuestos, es el caso del famoso ejemplo del roquefort con un Sauternes. Pero lo mejor es crear una buena amalgama. Intentemos unas pautas mínimas para saber a qué atenernos.
Por ejemplo, se aconseja que cuanto más blanco y fresco es el queso, tanto más fresco y frutal debe ser el vino. Los quesos más fuertes y robustos pueden acompañarse con un Chardonnay o con un tinto suave. Cuanto más oscuro y duro es el queso, más intenso y complejo puede ser el vino, sin que llegue a ser tan taninoso o perfumado que opaque los sabores del acompañante. Los blancos permiten que las cualidades de ambos se destaquen, mientras que con los tintos esto no siempre ocurre.
Desarrollemos una pequeña guía:
* Quesos frescos: blancos ágiles, un Sauvignon Blanc, un Chenin.
* De corteza blanda y blanca: puede probar con un dulce suave. Pero ojo si la idea es un Brie o un Camembert, lo mejor sería un tinto con un poco de cuerpo o en su defecto un blanco complejo, quizás un Chardonnay, pero cualquiera de estos encuentros puede provocar rechazo en más de uno. En este caso hay que ir con cuidado y no hay consejo que valga, es una elección demasiado personal para recomendaciones.
* Quesos semiblandos: buenos blancos o tintos suaves y afrutados.
* De corteza lavada: dicen que lo mejor es tratar con algo diferente como por ejemplo, si fuera posible, un Gewüztraminer (habrá que ver).
* Los extraordinarios duros: suaves, un tinto tipo Merlot. Medianos y fuertes podrían probarse con un Malbec, para no caer en un Cabernet livianito. Con los más fuertes intente con un Oporto o con un Madeira, a muchos esta pareja los enloquece, a otros los tiene sin cuidado.
Todo es absolutamente personal. Esta guía es un compendio de opiniones diversas, pero cada una elige lo suyo, y la única forma es experimentando.
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