Desde la obra que mira hasta quién mira la obra

Liturgia imaginada, la muestra conjunta de Guimpel y Echagüe en la galería Stein

La experiencia vivida frente a una obra es única e intransferible. Salvo el maligno prejuicio que se instala silenciosamente en una cultura, todos estamos capacitados originalmente para recibir con honestidad la mirada de un trabajo artístico.

El desfile de personas que habitualmente se presenta en las galerías de arte merece ser tenido en cuenta por cada una de las individualidades que lo componen, más allá de la domesticación lamentable que puedan haber sufrido.

Recientemente en Stein ha sido inaugurada con la denominación de "Liturgia imaginada" una nutrida muestra de trabajos de Marita Guimpel y Rubén Echagüe, de cuya visita resulta casi inevitable extraer algunas conclusiones.

Para quienes iniciamos una existencia en la juventud plena del pasado siglo veinte, apreciar la contemporaneidad del arte significaba un verdadero registro de manifiestos e irrupciones -todos válidos y ninguno permanente- que intentaban reencausar la experiencia visual más allá de lo meramente sensorial.

Registrar toda esa serie de medias verdades significaba también aceptarlas con entusiasmo, vivirlas con intensidad, adoptarlas en cierta medida, e ir componiendo un mosaico de posibilidades para el futuro del arte.

Semioculta, no confesada y hasta muchas veces casi incorporada a las sucesivas proclamaciones de "una nueva estética", quedaba como obra paradigmática que debería ser deglutida en el banquete totémico, el cuadro "Impresión" de Claude Monet.

Una fe indefinida acerca del progreso técnico científico como felicidad cierta y verificable de la humanidad, había encontrado su referente visual en la fotografía y, expresamente en el campo de la pintura, al artista convertido en cámara oscura para registrar sobre la tela "una impresión".

Sin la magia del bisonte de Altamira, sin la mística del arte egipcio ni el dogma del románico, sin ninguna de aquellas virtudes enigmáticas del museo imaginario previsto por Malraux, se exhibía una imagen -aurora boreal en el norte y sol abrasador en el sur- luminosa, y tan fiel como la realidad.

Tales consideraciones resultaron oportunas al participar de esa "liturgia imaginada" e ideada por Echagüe-Guimpel en Stein. Tanto la fotografía como la colección de realidades que habitualmente exhiben los "objetos" creados por Echagüe lograron unirse de modo tan indisoluble, que salta espontánea la pregunta de si será posible separarlas.

El carácter litúrgico se va afirmando en la recorrida y la imaginación se enriquece con asociaciones de toda índole: la lágrima pendiente, enorme, densa y transparente invita a recordar "Il pianto della Madonna", para volver a reencontrar el detalle fotográfico del ojo.

La mano derecha lacerada se transforma en una visión "informalista" de un cráter abierto como una herida en el cemento.

Con la libertad de un gesto se altera la uniformidad de un fondo de brocato rojo, destacándose la inmediatez del agregado con la insolencia de un graffiti.

El ojo de Guimpel subraya al objeto elegido por Echagüe y lo detalla y prolifera, con un sentido de tema y variaciones.

Todo se asocia en una armónica conjunción, alentando aquello de que "No toda es vigilia la de los ojos abiertos": ambos artistas van enriqueciendo nuestra mirada, devolviendo aquel optimismo visual surgido de las voces del silencio.

Más que como una lectura se presenta esta muestra como una oportunidad de tomar contacto con la sensibilidad conmovedora de dos creadores que operan tanto en el deleite como en el infinito espectro de las asociaciones, especialmente aquellas referidas a situaciones abandonadas en la memoria.

La obra de Marita Guimpel se exhibe en la galería.