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 miércoles, 24 de septiembre de 2003

De la Rúa visitó Barcelona de incógnito, pero confortablemente

Fernando Gabrich / La Capital

Barcelona (corresponsal).- Llegó a Barcelona casi en puntas de pie con la intención de pasar inadvertido. El ex presidente Fernando de la Rúa aterrizó el sábado pasado en el Prat de Llobregat sin bombos ni platillos. Su arribo se manejó en la más absoluta de las discreciones. Desde el aeropuerto, y como un turista más, se dirigió directamente al Hotel Arts. El más caro de la ciudad condal, donde la suite tiene un costo de 2.000 euros la noche. Claro que quienes tuvieron el privilegio de dormir allí aseguran que la visión que se tiene del Mediterráneo es única.

Barcelona es la ciudad europea con más argentinos. Hay cerca de 10 mil empadronados; aunque si se suman los residentes ilegales, la cifra sube a 50 mil. De ellos, una gran cantidad emigró, precisamente, durante el frustrado gobierno del radical por motivos económicos y sociales. Esta fue la causa principal para que el ex mandatario se manejara con tanto misterio.

De la Rúa llegó acompañado de su mujer, Inés Pertiné, y el motivo del viaje no quedó demasiado claro. El sábado se habría reunido con el presidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, pero la entrevista no fue informada por parte de la gente de prensa del gobierno catalán. Hay quienes dicen que el ex presidente llegó a Barcelona sólo para descansar unos días.

Lo cierto es que De la Rúa y compañía apenas se dejaron ver por los pasillos del majestuoso hotel. Incluso sus nombres figuraban en la lista de huéspedes, pero luego fueron cambiados. Tampoco salieron a caminar por las calles barcelonesas. Algo lógico de imaginar teniendo en cuenta la cantidad de argentinos que deambulan por la ciudad.

El ex presidente ya había aparecido en el transcurso de la semana pasada en una reunión en La Moncloa con el jefe del gobierno español, José María Aznar. La noticia se conoció a través de un comunicado de la agencia EFE, que también divulgó una foto del encuentro.

En Barcelona se ataron cabos. No hubo fotos y el encuentro parece que fue demasiado privado. Lo concreto es que el hombre que fue catapultado de la Casa Rosada en diciembre de 2001 por el atronar de las cacerolas pasó, con miedos y en silencio, por la ciudad condal.

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