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 lunes, 15 de septiembre de 2003

Un domingo sin fútbol

Miguel Pisano / La Capital

Así deben ser los domingos en el exilio: sin fútbol. Como contaba Osvaldo Soriano, uno de los periodistas y escritores más destacados en la literatura de la redonda, su domingo más triste del exilio parisino, durante la peor dictadura que supimos conseguir. El Gordo llamaba cada domingo a Eduardo Van Der Kooy al diario Clarín para ver cómo había salido su San Lorenzo querido. Hasta el día más aciago, cuando recibió la peor noticia imaginable: "Se fueron, Gordo. Un boludo erró un penal y se fueron a la B". Soriano contaba en numerosas notas que esa tarde fue, lejos, la peor de su doloroso destierro. Una especie de metadolor: el exilio más el descenso.

Y, además, un domingo. Si el dolor pudiera medirse por capas, como las quemaduras, quizá este sería de primer grado. O como bien recordaba la Chaparra De Zorzi, con ese apellido tan futbolero, en una vieja nota en La Capital en la que hacía una interesante mirada femenina sobre el significado del fútbol para los sexos: "La mujer no tiene nada comparable a la pasión que siente el hombre por el fútbol. Además, los hombres zafan de la depresión del domingo como los mejores". Y es tan cierto como las postales de este bello y último domingo de invierno, en el que los pibes jugaron sin horario con sus viejos en las plazas y campitos.

Los parques más futboleros de la ciudad sorprendieron ayer por su extraña asepsia de hinchas en su frenética y colorida ida a la cancha, muchos de los cuales se dedicaron a su bucólico rol de padres y madres, en un atípico paisaje dominguero.

Quizá un día sin fútbol sea como aquella lejana tarde de domingo en las encantadoras callecitas de L'ettra, con las banderas de bienvenida colgadas después de la fiesta en la escuelita del pueblo, la semana siguiente a la dolorosa eliminación de la selección argentina del Mundial de Francia 98. Así deben ser los domingos en el exilio: sin fútbol.

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El Coloso esperó en vano por el fútbol.

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