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 lunes, 15 de septiembre de 2003

El crimen de Anna Lindh
¿Por qué a ella?

Rubén Giustiniani (*)

Conocí a Anna Lindh, ministra de Relaciones Exteriores de Suecia, hace casi veinte años, cuando los dos militábamos en las juventudes de la Internacional Socialista. Participamos en reuniones en Medio Oriente, Africa, América latina y Europa, donde Anna imponía siempre su capacidad intelectual, sus férreas concepciones socialistas y su cordialidad. Era una bella persona, que a ese grupo reducido de miembros del Consejo Directivo Mundial nos había regalado su amistad.

La semana pasada un desconocido la apuñaló en Estocolmo. Pero fueron la irracionalidad y el odio los que terminaron con su vida, al igual que en febrero de 1986 lo habían hecho con el primer ministro Olof Palme, cuyo asesinato nunca se esclareció. Entonces y ahora nos embarga la perplejidad y un profundo dolor. Nos preguntamos, ¿por qué a ellos?

Hace un tiempo, la última vez que estuve con ella en Estocolmo, ocupaba el cargo de ministra de Medio Ambiente. Estaba feliz porque el Parlamento acababa de aprobar su proyecto de ley sobre el control de la contaminación y la defensa del medio ambiente. Toda su vida fue una lucha coherente en contra del privilegio y las injusticias.

Pierden Suecia y el mundo con su muerte a una gran militante de la solidaridad y de la paz internacional, de los derechos humanos, de la igualdad y de los derechos de la mujer. La mayoría en su país, que la reconocía y quería, sabía que seguramente Anna Lindh sería la próxima primera ministra.

No sólo no encontramos consuelo con esta pérdida, como en tantos otros asesinatos -Olof Palme, Mahatma Ghandi, Martin Luther King-, sino que mientras reaparece la tesis de la mano asesina de un loco queda resonando en nuestros oídos la terrible pregunta: ¿por qué a ella?

(*) Diputado nacional y senador nacional electo del Partido Socialista

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