Estancia de cuatro cascos

La finca Salentein abre las tranqueras en Entre Ríos, Mendoza y Buenos Aires

Corina Canale

Muy pocos saben que un viejo castillo de la ciudad de Nijkerk, en Holanda, se llama Salentein, un vocablo que suena bien, con cierta elegancia, y que tal vez por eso, pero mucho más por añoranza, fue el nombre comercial elegido en 1994 para iniciar un emprendimiento agrícola ganadero en nuestro país.

Sin embargo, la marca Salentein se la vincula más aquí a las bodegas y a los vinos que produce bajo el ardiente sol de Mendoza. Poco después de iniciadas las tareas agro-ganaderas y antes de incursionar en la vitivinicultura, la empresa se abrió al turismo.

El turismo era entonces la actividad que comenzaba a diversificar al campo, introduciendo a los productores rurales en una fuente de ingresos nada desdeñable. Fue así que las cuatro estancias Salentein, poseedoras de bellos y cómodos cascos, abrieron las tranqueras a los visitantes.

Dos de ellas están en Entre Ríos; Las Colas en Gualeguay, muy cerca de Buenos Aires, y Los Laureles, a setenta kilómetros de Paraná; La Sistina se levanta en las tierras bonaerenses de Guaminí y La Posada en el mendocino Valle de Uco, donde se levanta el edificio de la sofisticada bodega.


Estilo renacentista
Las Colas, que Salentein compró en 1994, tiene un casco de estilo renacentista, seis habitaciones, 2.500 hectáreas y es la más vieja. Sus primeros dueños fueron ingleses y luego, sucesivamente, perteneció a las familias Alvarez de Toledo y Mihura.

Es insuperable el sabor de las pastas caseras y de los pucheros que preparan los caseros, anfitriones gastronómicos de excelencia. Y como viejo establecimiento con muchas historias entre sus muros rosados, en Las Colas hay un pequeño pero interesante museo con piezas que evocan tiempos lejanos.


A orillas del Paraná
Los Laureles, sobre las orillas agrestes del río Paraná, es un lodge que Salentein construyó especialmente para abrirlo al turismo, más allá de que desarrolle actividades de agricultura y ganadería y que además tenga un tambo tradicional.

El casco, de una sola planta, muy extendida, tiene una galería central donde el techo deja de ser plano y se convierte en techo a dos aguas. De estilo colonial moderno, es la estancia más lujosa, con seis habitaciones equipadas con hidromasajes.

Como lodge de pesca, en Los Laureles hay desde lanchas para realizar excursiones por el río hasta guías expertos en la captura de dorados y surubíes.

La Sistina tiene el encanto de ser un campo rodeado de agua, una isla de 600 hectáreas a la que se puede acceder de dos maneras: por aire, en helicóptero o avión, ya que hay una pista, y por agua, lancha mediante desde Guaminí.

En el casco, de dos plantas y techos rojos, hay seis habitaciones dobles y dos singles -para viajeros solitarios-, como tal vez lo fue su noble dueña, la condesa Eugenia, quien dejó su impronta en este apartado lugar de la provincia de Buenos Aires.

Lo cierto es que quienes eligen este sitio buscan un buen pesquero de pejerreyes y mucho silencio para disfrutar de los avistajes de la rica fauna que habita el ecosistema. Además, La Sistina tiene un carruaje antiguo para realizar románticos paseos.

Pero es al pie de los Andes, en el valle de Uco, donde La Posada Salentein, la única estancia que lleva el nombre del castillo holandés, emerge entre los viñedos y cerca de la bodega donde se elaboran tres líneas de vinos.

Y si en las otras estancias lo mejor es observar los trabajos de los peones de campo, en La Posada lo más atractivo son las degustaciones de vinos y la información sobre los procesos de elaboración que los enólogos transmiten a los turistas.

Afuera de la monumental bodega, el Valle de Uco es un derroche de montañas, viñas, arroyos y bosques de castaños.

La posada emerge entre viñedos y arroyos.