| domingo, 14 de septiembre de 2003 | ANALISIS Las lecciones del 7 de septiembre Mauricio Maronna / La Capital Cuando la credibilidad de la dirigencia está en zona roja y la inmensa mayoría de los candidatos se esconde debajo de una lista sábana, los políticos que ganan (y seguirán triunfando) son los que todavía la gente ve en sus pueblos.
En un país diezmado por la anomia, la ausencia de sentido común y la voluptuosidad de las promesas electorales se deben reanalizar los presupuestos del marketing. El político que pone la cara y no es repudiado no puede ser sino honesto, austero y con alguna mínima capacidad de gestión reconocida. Esos nuevos axiomas resultan la clave para saber quién ganó y quién perdió el 7 de septiembre.
Cuando está en campaña cara a cara con la gente de los barrios más humildes, Carlos Reutemann es un hombre feliz. Detrás de todo político de fuste no siempre existe un ejército de asesores, operadores y voceros de prensa explotando baterías de celulares como si fuesen los viejos rompeportones de pueblo que saludaban la llegada de la Navidad. El Lole arrasó porque los santafesinos lo vieron poner la cara y sufrir como el que más cuando la inundación puso a la ciudad de Santa Fe al borde de la extinción.
En lo alto del podio Desde la parafernalia mediática porteña ahora se preguntan: ¿cómo pudo ser? Aquellos que le pedían al gobernador que "reconozca los miles de cadáveres que se habían escondido" (y que lo ridiculizaban los domingos a la noche por TV mostrando su vieja publicidad de la marca "Diluvio") son los mismos en considerar ahora que el Lole "es el candidato presidencial ideal para enfrentar al proyecto de centroizquierda que encabeza Néstor Kirchner".
Quien quiera ver en Reutemann a un estadista se equivoca tanto como los que le auguraron una retirada deshonrosa de la Gobernación. Al votarlo, la gente le reconoció, fundamentalmente, su capacidad de gestión en momentos en que el país volaba por los aires.
La impresionante performance electoral del mandatario hizo que se despejaran las dudas de Jorge Obeid sobre la ausencia de una estrategia conjunta del peronismo para retener la Gobernación. El gobernador electo creía que Alberto Hammerly, lejos de aportarle los votos necesarios para llegar a la Casa Gris, le pondría sobre sus espaldas un chaleco de cemento. Y Hammerly (pese a las nada científicas mediciones de Enrique Zuleta Puceiro y Manuel Mora y Araujo), no solamente movió el amperímetro para que Obeid resultara ganador, sino que triunfó en la mismísima capital de la provincia.
Obeid logró una aceptable actuación en Rosario y le dio a su fórmula un ingrediente de renovación política con la incorporación de María Eugenia Bielsa y su touch progre. Si Néstor Kirchner se hubiese involucrado mínimamente en la campaña santafesina, el actual diputado nacional hubiera ampliado su diferencia.
Se dijo en esta columna hace varias semanas que el ganador sería el lema que mejor jugara en equipo, al límite de un reglamento sinuoso como el del sistema electoral. Hasta el magro porcentaje que cosechó Héctor Cavallero sumó para que el justicialismo mantuviera el invicto.
Binner, el candidato a gobernador más votado, tomó como suya una frase del ambiente futbolero: "Las finales no se explican, se ganan o se pierden". Pegó primero y logró instalar la agenda mediática, pero tuvo su mediodía fatal hacia el final de un locro en el que dejó su perfil de hombre prudente y salió a decir que él era "el Negro Monzón y Reutemann, Nino Benvenutti".
Los impecables (y profusos) spots televisivos que hacían eje en la necesidad de un nuevo rumbo tras 20 años de peronismo, trastabillaron cuando el intendente sobreactuó sus denuncias sobre "una trampa electoral" y le intentó mojar la oreja al Lole diciéndole que "con ley de lemas hubiera sido campeón de Fórmula 1".
En ese preciso momento, el hombre de Llambi Campbell rompió su letargo, se dio cuenta de la "doble personalidad" del socialista y, aun sin campera roja, se puso la campaña al hombro. Salió a recorrer barrios, clubes, localidades y asentamientos de emergencia con la velocidad de un rayo. Y ganó.
El 7 de septiembre fue el réquiem de la democracia progresista, atravesada por una furibunda interna que la desangró, y que ni siquiera logró que el rebelde Carlos Favario llegara a la diputación nacional de la mano del PS. El PDP oficial quedó en el fondo de la tabla, comprobando que la buena estrella de Ricardo López Murphy duró lo que un suspiro.
El radicalismo, un partido estrujado en la eterna pelea por los cargos y la rosca interminable, es una diáspora que nadie sabe cuándo y cómo se recompondrá. Paradojas de la política: pese a la inexistencia de la sigla UCR, tendrá desde el 10 de diciembre tres diputados nacionales. En el partido de Alem, todos quieren empujar el retiro de Horacio Usandizaga pero, pese al pobre retorno a las lides electorales, ¿alguien se puso a pensar quién tiene más votos que el Vasco en un partido en extinción?
Rosario seguirá gobernada por el socialismo, pese a que lejos estuvo de repetir la formidable elección del 99. El PS muestra grietas por sus ocho años de administración en la ciudad y tendrá un Concejo que lejos estará de otorgarle supremacía.
Las acusaciones de Binner contra las autoridades partidarias abrieron un nuevo cisma en el socialismo que, más allá de las declaraciones formales, implica la reedición del efecto Cavallero, aunque el intendente abreve en los brazos de algún otro espacio progresista. Lisa y llanamente: el PS está roto y en pleno proceso de blanqueo de diferencias que permanecían escondidas debajo de la alfombra. "Perdí por culpa de la dictadura del partido", le escucharon decir a Binner la semana pasada en el hotel Ariston. Sin embargo, al jefe comunal rosarino no se le escapó ni una sola autocrítica de sus errores.
El mapa rosarino A favor del oficialismo debe decirse que el intendente electo, Miguel Lifschitz, aparece como un hombre tolerante, honesto, austero y predispuesto al diálogo con todos los sectores. Condiciones indispensables para una ciudad que después del domingo refleja una fortísima división política entre el centro (con mayoría socialista) y los barrios (de color peronista).
Estas elecciones fueron las últimas con el sistema de ley de lemas, pero las autoridades que vengan no deberán apresurarse en reinstalar un sistema arcaico que duró hasta el 91 y que dejó a la provincia al borde del ridículo. Obeid tendrá que tomar debida nota de que nadie desea volver a cooperativas o aparatos omnipresentes digitando candidaturas.
La ley de lemas es una pesadilla pero no puede impedir una cuestión de estricta y pulimentada lógica: ganan los mejores. enviar nota por e-mail | | |