| domingo, 14 de septiembre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Cuando les recomendé que no hicieran efímeros tesoros en la tierra, sino en el cielo, cuando les manifesté aquello de: "El que escucha Mi palabra y cree en el que me envió tiene la vida eterna", muy pocos me creyeron y otros tantos no me comprendieron. Cuando les narré la parábola del pobre Lázaro que hambriento y enfermo mendigaba las sobras que caían de la mesa del rico y éste ni siquiera reparaba en su angustia se rieron de mí y se rieron más cuando les dije que Lázaro había sido recompensado con el cielo y el rico arrojado al infierno. Claro, jamás entendieron lo que es el cielo y el infierno.
-¡Vos aquí, en este bar! ¡Pero cómo es posible esto! ¡Inocencio, Inocencio!
-No lo busques. No está. Sólo estoy Yo. Tantas veces me llamaste, tantas veces me reclamaste. Pues aquí estoy. Muchos reclaman la presencia para creer en Mí y en mis enseñanzas. Mis hermanos Fariseos pedían una señal y cuando retorné de las tinieblas de la muerte ni mi propio discípulo Tomás creyó. No me asombra que a veces dudes, especialmente cuando clamas y no vengo.
-Pues, comprenderás que no es fácil para algunos de nosotros, que jamás te vimos, tener la absoluta certeza. Lo siento, lo siento mucho. A veces no es tan fuerte la fe y no creas que eso no me pesa.
-Lo sé, lo sé. Había profetizado de Mí el rey David en los Salmos "... puedo contar todos mis huesos. Ellos me contemplan y se alejan al verme. Se reparten entre sí mis paños y se sortean mis vestidos" y aun así no creyeron ni en el mismo momento del tormento, de la profecía consumada. ¿Por qué habría entonces de reprocharte a vos y a tantos otros? Quien sabe, tal vez cuando la ciencia, como informabas ayer en la charla, logre afirmar que en el momento de la muerte el alma se separa del cuerpo, entonces acaso muchos quieran comprometerse un poco más con lo que he enseñado, con amar.
-Lo harán por temor, pero no por un impulso altruista.
-Eso es lo que me aflige. Ya ves, en este mismo momento hay miles de hombres involucrados en cuentas, en negocios, tratando de acrecentar sus fortunas. Otros tantos preparándose para la guerra, es decir para matar. Muchos más empeñados en el firme propósito de alcanzar fama, gloria, poder, placeres y al mismo tiempo tantos seres angustiados, en soledad, esperando un pedazo de pan, una caricia, una palabra de amor, un cese del fuego en la terrible violencia de la guerra o del terrorismo. Los ignoran. Vos mismo, Candi. ¿Cuánto hace que no te estrechás en un abrazo con tus hijos, con tu esposa, con tu madre, con los seres que te quieren? No hace falta ir a recónditos lugares de la tierra para dar amor. A pocos metros tuyo siempre hay alguien que te necesita. Pero claro... como muchos, estás muy ocupado en las trascendentes cosas del mundo. De este mundo ¿A quién podría interesarle un Reino que no se ve? ¡Amar! ¿Para qué? ¿Acaso pagan en dólares por ello?
-Tu mansa mirada disipa mis faltas y atempera tus firmes palabras. Te diré algo: cuando en mi adolescencia leí que el Romano te interpelaba y dijiste: "Mi reino no es de este mundo", en mi desvarío me preguntaba "¿Habrá querido decir que hay otro plano existencial?" "¿Qué en el momento de la muerte el alma se desprenderá del cuerpo y esa alma volará hacia ese otro plano si es que ha evolucionado en esta instancia terrenal practicando el bien?"
-Te responderé con interrogantes. ¿No existe la brisa y no la ves? ¿No existe el pensamiento y no lo observas? ¿No existen miles y miles de ondas en el espacio y no puedes percibirlas con tus sentidos? ¿Por qué no habrían de existir cientos y miles de otros planos existenciales que el limitado sentido y entendimiento humano no alcanza a comprender? No lo llames desvarío.
-Cierto.
-Candi: No importa demasiado que dudes de mí; pero si hay algo realmente importante es no dudar sobre la necesidad de amar. Y si hay algo trascendente es..., amar. No esperes a que el neuropsiquiatra Peter Fenwick te confirme que el alma, tu "yo" emigra hacia otros planos al morir. Ama ahora por amor al amor y para alcanzar un cielo aquí en la tierra.
-¡Candi! ¡Candi! ¿Pero qué le pasa hombre? ¡Despierte! ¡Quedarse dormido en el bar, Candi!
-¡Inocencio! Entonces... fue un sueño.
-¿Acaso estaba soñando cuando llegué?
-Algo maravilloso, algo maravilloso. Disculpe, Inocencio, lo saludo con un abrazo, pero debo irme rápidamente. Alguien me hizo acordar que hace mucho tiempo no digo "Te amo" y el tiempo no espera, amigo, no espera.
Candi II
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