| domingo, 14 de septiembre de 2003 | Un icono carioca, la Rocinha, marcada por contrastes y códigos de hierro Turismo "exótico" en las favelas de Río Europeos y norteamericanos colman los "show de la pobreza" en la villa miseria más grande de Latinoamérica Marta Hurtado Al Cristo Redentor y al Pan de Azúcar les ha surgido un firme competidor: la Rocinha, la mayor favela de América latina, que está haciendo furor entre los turistas que visitan Río de Janeiro. El acceso a la Rocinha, sitio de una antigua pista del circuito de Fórmula 1, es un caos. Por una estrecha carretera de dos carriles se cruzan automóviles blindados, ómnibus, triciclos comerciales y furgonetas repletas de turistas con ojos desorbitados.
Son los extranjeros que decidieron descubrir en persona cómo vive el 20 por ciento de cariocas que habita en las favelas, las villas miseria levantadas en las laderas de las famosas colinas de la Ciudad Maravillosa.
"Las favelas aparecen en mi cabeza como barracas donde vive gente que cada día sufre para poder sobrevivir, quiero comprobarlo por mí mismo", comentó Roberto Sasso, un italiano que decidió participar de una excursión con la empresa Favela Tours, que ofrece visitas guiadas en la gran favela.
La Rocinha es la mayor villa miseria de América Latina y aunque se ha publicado que acoge a hasta 200 mil personas, y el censo estatal habla de 60 mil, la comunidad de habitantes aseguran que como máximo residen 100 mil personas. Oficialmente dejó de ser favela para ser barrio el 18 de junio de 1993.
Los coches blindados que suben a buscar a los alumnos de la prestigiosa American School, que cobra 1.000 dólares mensuales y está situada frente a la ladera norte de la favela, son una de las imágenes que más chocan a los turistas.
"Es increíble", comenta el ingeniero norteamericano Jeff Stinson, quien contrató el tour "porque es algo que no puedes ver en los Estados Unidos".
Contrastes No será la única sorpresa. Ron Greenwood, un educador social de Londres exclama un sonoro "Dios mío" al descubrir un pequeño Mc Donald's frente a una tienda de venta de pollos vivos en una de las estrechas y concurridas calles comerciales de la Rocinha.
Su compañero, David Backboin, no duda ni un segundo en accionar su cámara para fotografiar las fachadas de dos entidades bancarias. "Intentaron robar uno de los bancos una vez; ¿a que no adivinan quiénes eran los ladrones?", pregunta el guía Sidharta Diniz a los turistas. "Policías; ¿y a que no saben quiénes evitaron el robo? Los narcotraficantes", asegura.
Sidharta hace este comentario mientras el grupo de extranjeros pasa frente a una de las sucursales bancarias. Antes, sin embargo, les explicó la primera norma de la favela.
"Nadie roba, es la mejor manera de que la policía no suba. Pueden dejar sus bolsos, pueden mostrar sus cámaras, nadie les va a tocar", comunica a sus atónitos oyentes.
"Nosotros no tenemos ningún acuerdo con los narcotraficantes, sólo con la comunidad. Les pedí permiso para hacer los tours, la comunidad votó que sí; ya hace once años que subimos, y nunca pasó nada", comentó Marcelo Armostrong, propietario de Favela Tours.
Ese acuerdo permite a los turistas pasear tranquilamente por las callejuelas de la Rocinha a pesar de que a su lado alguien puede estar comprando droga.
"Los implicados en el tráfico son apenas un cinco por ciento de la población, pero el resto calla, es la segunda norma de la favela", explica Sidharta.
Curiosidad y peligro Marcelo Armostrong ya trabajaba con turistas cuando se dio cuenta de que la mayoría de los extranjeros pensaban en las favelas como un lugar inaccesible y peligroso al que no se debía subir bajo ningún concepto.
Sin embargo, había otros que mostraban curiosidad y por eso decidió fundar Favela Tours. "El primer año tenía un promedio de 15 personas por mes, ahora en temporada alta llego hasta las 750", aseguró.
El mismo éxito y la misma demanda tiene la agencia Geeptour, que también ofrece visitas guiadas por la Rocinha. Estos tours representan el 35 por ciento de todos los trayectos que la empresa ofrece.
El perfil de los turistas es variado, aunque predominan los que trabajan en el campo social. Ambas agencias donan parte de los recursos obtenidos a proyectos sociales en la propia favela, algo que los turistas aprecian.
"Es gratificante saber que el dinero les va a ayudar", comenta la irlandesa Emer Gallaher.
"Con lo que nos dan los turistas podemos comprar gran parte del material, es fantástico", afirma LuIa Silva de Arújo, de 12 años, uno de los niños que participa en el taller de pintura que Mary de Silva montó en la acera.
La Rocinha, como cualquier favela, es un amalgama de casas construidas sin planificación urbanística.
Las más nuevas se sitúan en lo alto de la ladera, no tienen agua corriente, ni luz eléctrica. La mayoría no tiene revoque y son pocas las que están pintadas. Pero existen.
En la calle principal hay ópticas, tiendas de discos y de ropa. Son establecimientos que venden objetos que no son de primera necesidad y que gozan de una envidiable actividad.
Los clientes son trabajadores pobres, que no pueden pagar los precios de los departamentos de otros barrios de Río, pero que tampoco tienen que pedir ni robar para comer.
"En el resto de la ciudad nos discriminan, por eso es fantástico que vengan los turistas a ver que no somos todos bandidos", asegura el cerrajero Gidebaldo Lima Santos, una opinión que comparten la mayoría de los habitantes de la Rocinha.
"Ha sido muy genuino, me llevo una imagen más real de la diversidad de la favela", afirmó la inglesa Julie Curtis al terminar el tour. (Reuters) enviar nota por e-mail | | Fotos | | La barriada alberga a unas 100 mil personas. | | |